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Pequeño refugio da alivio a hondureños portadores del VIH

Tegucigalpa, Honduras martes 03 diciembre 2019

El camionero Wilson Mancía, de 63 años, contrajo VIH tras tener relaciones con una mujer que conoció en la carretera. Tres años después de resultar positivo, se trata con antirretrovirales en un paraíso entre montañas cerca de la capital de Honduras.

Recibe atención en Casa Zulema, un refugio para portadores del virus de inmunodeficiencia humana (VIH), causante del sida.

Desde la década de 1990, Honduras es el país más golpeado por el mal en Centroamérica: con unos 9 millones de habitantes, ostenta el 20% de la población del istmo pero llegó a tener al 60% de los portadores de VIH.

Wilson recibió el «fuerte impacto» del resultado positivo en un hospital público de Tegucigalpa cuando tenía 59 años.

«Me protegía (porque) vi a tantos amigos morir», pero «uno a veces se olvida de la protección y una relación basta», lamenta en una entrevista con la AFP en Casa Zulema.

El refugio funciona en un inmueble de una sola planta con 11 habitaciones, sala comedor y cocina, construido sobre la ladera de una montaña de pinares en Valle de Ángeles, al este de Tegucigalpa.

El sacerdote español Ramón Martínez contrató en 1997 a una enfermera con la que puso a funcionar el lugar.

Antes, Martínez prestaba servicios religiosos en el estatal Hospital Escuela donde conoció a Zulema, esposa de un trabajador bancario que murió a causa del virus.

Zulema pidió al religioso, antes de morir, que construyera un albergue para personas con sida. El padre gestionó recursos en su natal España para fundar el centro de atención con capacidad para atender a 20 pacientes en forma simultánea.

Actualmente atiende a 12 personas de cinco a 75 años de edad, y todos reciben el tratamiento de antirretrovirales. Otros 12 pacientes, que superaron la fase crítica del virus, llegan al centro a retirar medicamentos cada mes.

– «Vine a recuperarme» –

«Aquí vine a recuperarme. El que no se recupera en Casa Zulema no se recupera en ningún lado», afirma Mancía mientras muestra una caja de plástico donde lleva los tres medicamentos que toma en la mañana y en la noche.

La enfermedad «a mí no me quita el sueño, tengo fuerzas para trabajar», se consuela.

Laura Elena Sánchez, una enfermera que atiende en Casa Zulema junto a su hijo, asegura que allí «anteriormente morían de cuatro a cinco personas al mes, ahora de cuatro a cinco al año».

«Una persona tomando los antirretrovirales no se muere por el VIH (…) tiene una vida normal», añade.

Fuente: La Tribuna

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