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En Yuscarán: ‘La casona’ del espanto

Tegucigalpa, Honduras lunes 24 febrero 2020

En uno de los estrechos callejones empedrados del municipio de Yuscarán, El Paraíso, hay una casa colonial histórica de paredes blancas y tejas rojizas, cuyo interior tiene la historia y la cultura de este pueblo que alguna vez fue minero.

La Casa Fortín fue construida en 1850 con piedra de cantera, adobes, entrepiso de madera y baldosas de barro. Este fue el hogar de don Daniel Fortín, jefe de Estado por 18 días y accionista mayoritario de explotaciones mineras.

Don Daniel tenía varias propiedades y con sus hijos abrió comercios no solo en Yuscarán, también en Tegucigalpa, San Juancito, Güinope, Juticalpa y El Zamorano, según detalla el licenciado Héctor Ramón Cortés, en la revista “Yuscarán Ayer y Hoy”, en la edición de abril del 2013.

En ese primer piso despierta la curiosidad una exposición de objetos del siglo XIX, entre ellos un rifle, una silla, un buzón antiguo con la leyenda “correos de Honduras” y una vieja fotografía de la casa donde funcionó en 1884 un consulado de Estados Unidos.

Al pasar hacia la cocina, destaca un blanco fogón rodeado de teteras, comales, ollas de hierro y de barro, así como botellas de vidrio soplado que en el pasado almacenaran exquisitos vinos.

Desde los balcones de las habitaciones se observan los tejados de las casas vecinas, las mujeres que caminan con sus faldas multicolores y los pobladores con sus sombreros de junco.

La voluntarios y gestores culturales de la Casa Fortín, Bella Carolina Flores y Óscar W. Lezama, explican que en este antiguo inmueble se ofrece una muestra museográfica de la historia de Yuscarán, desconocida por la mayoría de los catrachos.

Para el caso, quizá muy pocos sepan que Yuscarán fue la primera ciudad que tuvo energía eléctrica en Honduras, igual agua potable; según la tradición, aquí se hizo por primera vez el hielo, y se originó la huelga minera a finales de 1800.

Otro aspecto que hace de Yuscarán un pueblo de valor especial es el hecho de haber sido la cuna de algunos mandatarios o de sus familias. Y lo que no sabían en esta casona hay espíritus, aparentemente malignos.

VISITAS DE FANTASMAS

Al quedar deshabitada probablemente en la segunda década de 1900, las generaciones subsiguientes siguiendo la tradición rodean de mucho misterio en cuanto a azoros se refiere de tal manera que la calle Fortín por la noche era y sigue siendo poco transitada y si lo hacian era de prisa los mayores, y los cipotes corriendo si es que pasaban.

 

El caballero que escupe…

Uno de los relatos más frecuentes que describen los habitantes de Yuscarán es el siguiente: Por las noches en el balcón más alto de la segunda planta aparecía un hombre elegantemente vestido, con una flor en la solapa del saco, fumando puro y con un enorme perro color negro a la par; y que al pasar gente por la calle este caballero la escupía.

Desde el más alto balcón un caballero bien vestido escupía a los pobladores de Yuscarán que pasaban frente a la Casa Fortín.

También se cuenta de una señora de nombre Mercedes que acostumbraba vender productos en batea por las calles (carne de cerdo). Esta mujer nunca habia entrado a Casa Fortin, pero en una ocasión miró el portón abierto y entró, cuando caminaba por el zaguán le apareció una dama con vestido largo color blanco y le preguntó a la vendedora qué andaba haciendo y qué llevaba en la batea, Mercedes contestó que vendiendo carne de cerdo; acto seguido la mujer alta y vestida de nítido blanco entró a la cocina de donde salió con un plato de loza grande y le agarró carne a la vendedora ambulante y volvió a desaparecer en la cocina, haciéndose ‘humo’…

Mercedes al rato que la mujer no apareció la buscó y llamó en voz alta por toda la casa para que le pagara la carne, pero al no encontrarla, “Meches” -como era conocida– pensó ir a buscar a don Santos Colindres mayordomo de la casa y que vivia muy cerca de casa Fortin, para saber, quién era la señora.

Pero al pretender salir por el portón que ingresó se lleva la sorpresa que estaba con tremendo candado. Al no poder salir empezó a hacer ruido para llamar la atencion de la gente que pasaba por la calle y así pudo pedir que le fueran a decir a don Santos que la viniera a liberar de la casona. Al abrir la puerta el mayordomo le pregunta, qué andás haciendo y Mercedes le dijo que buscando a una señora que le agarró carne y no le espagó. …Pero si aquí –ripostó Santos- no vive nadie y además, cómo entraste, -le preguntó y ella nerviosa explicó- por aquí, el portón estaba abierto. Mujer, le dijo don Santos, de esta puerta solo yo tengo llave y hace como dos meses que no se abre.

Al oir esto, “Meches” se desmayó, posteriormente la llevaron a la casa del mayordomo de la propiedad que fue de los Fortín, donde la auxiliaron y al estar repuesta del susto contó, con nerviosismo, lo ocurrido.

 

Juan y Tomás

Allá por el año de 1962 llegó a la casa del mayordomo de Casa Fortín como a las seis de la tarde el señor Tomás Eguigure a consultarle o contarle un sueño que el tuvo, explicando a don Santos que se le había revelado una señora, chaparra, pecosa, él no conoció en vida pero el mayordomo si, solicitándole permiso para entrar a dicha casa, porque la señora en el sueño le reveló que había un entierro en casa Fortín que era para que se ayudara él y sus hijos.

El mayordomo le dijo que el no acostumbraba buscar lo que no tenía guardado, pero que tratándose de la señora del sueño le prestaría la llave para que fuera a buscar. Como Tomás no conocía la casa Santos le ordenó a su hijo menor llamado Juan que lo acompañara, y que empezara como a las diez de la noche después que apagaran la luz de la población. Así lo hizo, llegaron a Casa Fortín y Juan como de 12 años de edad le dijo a Tomás donde están unas gradas de madera y cuando ya estaba en el sitio se puso a excavar, Juan siendo un cipote se retiró a esperar cerca de la puerta por si tenía que correr.

Como a las dos horas exactamente, a medianoche Juan fue llamado por Tomás para mostrarle el agujero como de dos metros de largo que había hecho, diciéndole mire la olla allá esta, y Juan con mucho temor le dijo “Es su suerte, sáquela usted”, retirándose de nuevo Juan del lugar.

Al retiro, Juan escuchó unos pujidos regresando donde Tomás a ver qué pasaba y lo miro patalear en el agujero solo se le miraban los calcañales por ser descalzo; Juan sintió miedo al verlo y exclamó, la “sangre de Cristo. ¿Qué pasa? Saliendo Juan a la carrera y por la calle sentía que alguien lo seguía y como la casa de don Santos estaba como a 70 metros del lugar, llegó, luego y detrás de él, Tomás.

Ambos llegaron con ‘temblequera’ y no podían explicar nada por más que don Santos y su esposa les preguntaban, los auxiliaron con agua florida y otras cosas, al rato medio los calmaron y Tomás le dijo que a él lo ‘jalaban’ del fondo del agujero y no podía retroceder hasta que Juan dijo la “sangre de Cristo”, lo soltaron.

Al pobre Juan le tocó tapar el hoyo, recoger un saco de yute, candelas benditas de cera de castilla, puntas, martillos, barra y hasta el sombrero de Tomás, porque el hombre dijo que no volvía a ese lugar.

 

Leyenda: la piedra de oro

Cuentan que en los tiempos en que los trabajos de las minas de Yuscarán estaban en lo mejor, cuatro mineros laboraban en un mismo sitio cuando uno de ellos notó que al dar el martillazo se oía un sonido distinto al de siempre y que en vez de quebrar la piedra, el martillo la iba achatando, al ver cosa extraña el minero llamó a los otros tres que estaban cerca y con no pocas dificultades lograron desprender un bloque que pesaba como cuatro arrobas.

¡El lingote de oro más grande que sus ojos habían visto! Lo sacaron a la boca de la mina con el fin de repartirse aquel tesoro, pero ya venían riñendo porque cada uno quería para sí el pedazo más grande. La boca de la mina está en la cima de un enorme barranco del cerro de Monserrat que daba a una quebrada pedregosa, cosa que no notaron los mineros, de modo que, por estar peleando, se les escapó el lingote de oro en el vacío. Como volando, bajaron los cuatro ambiciosos en busca del tesoro perdido, pero fue imposible encontrarlo.

Esta historia ha venido transmitiéndose de boca en boca y de generación en generación y en los vecinos de aquel lugar existe la idea que alguien tiene que encontrar aquella piedra y por eso, cuando los muchachos van a traer leña no dejan de pasar por la quebrada por ver si la suerte los protege.

Esta zona es preferida por las lavanderas y a menudo se les ve golpear una piedra con otra con la esperanza de dar con el oro; también acuden al lugar jóvenes caballeros, quienes con el pretexto de hacer ejercicio (y como de paso), rayan con una navajita inglesa las piedras para ver si la suerte ha reservado para ellos el fabuloso tesoro. Todavía no han encontrado el pesado oro de cuatro arrobas, de modo que el que quiera probar fortuna, ya sabe dónde está la ciudad de Yuscarán. (Publicado en la revista “Yuscarán, Ayer y Hoy”, número 8 de agosto 2013).

 

Fuente: La Tribuna

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