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Acabamos de encontrar cientos de fuertes romanos en Siria e Irak. Y todo gracias a satélites espías de la Guerra Fría

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De vez en cuando la arqueología deja compañeros de baile peculiares, como bien acaba de demostrar un estudio publicado en la revista Antiquity. Sus protagonistas son ni más ni menos que un puñado de satélites espías de la Guerra Fría y una red de fortificaciones romanas situada en Oriente Próximo. Y sí, aunque desde luego la mezcla pueda resultar curiosa, sus resultados son tan sorprendentes que nos han aportado un nuevo enfoque sobre cómo era la frontera oriental del Imperio.

Extrañas combinaciones, interesantes resultados.

¿Cómo que satélites espías? Sí, tal vez no sea la herramienta más habitual cuando de investigación arqueológica se trata, pero eso es lo que utilizaron el profesor Jesse Cana y sus colegas David D. Goodman y Carolin Ferwerda cuando se propusieron estudiar la frontera oriental del antiguo Imperio. Para examinar la huella dejada por los romanos en las actuales Siria e Irak decidieron echar mano de las imágenes tomadas hace décadas por CORONA y HEXAGON, dos programas de satélites espías de EEUU en plena Guerra Fría, durante los años 60 y 70.

CambFotografías aéreas tomadas por Poidebard. La A muestra el fuerte en Qreiye; la B un fuerte romano y caravasar medieval en Birke; la C el fuerte en Tell Zenbil; y la D una construcción en Tell Brak.

¿Y por qué usaron satélites? Por su valor. Las imágenes satelitales de CORONA se recopilaron entre 1960 y 1972 y las de HEXAGON entre 1970 y 1986 y suponen un tesoro documental, como reconocen los propios autores del estudio. «Dado a que estas imágenes conservan una perspectiva estereoscópica de alta resolución de un paisaje que se ha visto muy afectado por los cambios modernos en el uso del suelo, como la expansión urbana, agricultura intensiva y construcción de embalses, representan un recurso único para la investigación», señalan.

Gracias a esas imágenes los expertos pudieron estudiar en detalle los paisajes del norte del Creciente Fértil. Su foco se centró en una amplia región de 300.000 km2 que se extiende desde el oeste de Siria hasta el norte de Irak y abarcó enclaves ya documentados y otros que todavía no lo estaban. El análisis, por supuesto, fue posible porque las fotografías satelitales se han desclasificado: las de CORONA lo están desde mediados de los 90 y las de HEXAGON pasaron a ese estado en 2011.

¿Son los primeros en estudiar la zona? No. Y aunque de entrada pueda sonar contradictorio, ese es uno de los aspectos que hacen más interesante el estudio de Jesse Cana y sus colegas. Hace alrededor de un siglo, en la década de 1920, el misionero jesuita y pionero de la arqueología aérea Antoine Poidebard ya se había dedicado a sobrevolar Irak, Siria y Jordania para documentar antiguos fuertes. Todo con ayuda de un biplano, una cámara y mucha intuición.

Fruto de esa labor fue La Trace de Rome dans le desert de Syrie, un trabajo de 1934 en el que Poidebard presenta cientos de fuertes y elementos hasta entonces desconocidos en un área de más de mil kilómetros de largo que se extiende por la antigua frontera romana, la limes. En concreto, documentó 116 fuertes que en su opinión se habían construido en su mayoría durante los siglos II o III d.C.

CoronaImágenes del programa CORONA incluidas en el estudio.
MappaMapas de distribución de fuertes. Arriba los documentados por Poidebard en 1934. Abajo, los encontrados con ayuda de imágenes satelitales.

¿Y qué muestran los satélites? Las imágenes tomadas entre los años 60 y 80 por los programas CORONA y HEXAGON han permitido a los investigadores ir sin embargo más allá. Bastante más allá, de hecho. Como detallan en el artículo que acaban de publicar en Antiquity, Jesse Cana y sus colegas han detectado 396 fuertes o ubicaciones arqueológicas similares que no se habían identificado previamente en los márgenes desérticos de Siria y el noroeste de Irak.

Y al igual que las construcciones registradas en la década de 1920, en su mayoría se trata de fortificaciones cuadradas con lados que miden entre 50 y 80 m, si bien los expertos hablan de estructuras bastante mayores, con laterales de hasta 200 m.

«Nuestra investigación ha permitido identificar 396 elementos arqueológicos que parecen muy similares a los fuertes documentados por primera vez por Poidebard. Estos fuertes probablemente incluyen 290 en toda la región de estudio de 300.000 kilómetros cuadrados y 106 fuertes probables dentro de la zona de estudio más pequeña e intensiva del Jazireh occidental sirio», anotan los expertos.

¿Por qué es tan importante? Por varias razones. Primero, por el valor del hallazgo en sí, que añade un buen puñado de nuevas construcciones al catálogo arqueológico de la región. Segundo, porque nos permite tomar conciencia de los riesgos que afronta la preservación de este tipo de construcciones. Al cartografiar los yacimientos ya conocidos los investigadores intentaron localizar los fuertes registrados en 1934 por Poidebard, pero no les resultó sencillo.

Y no solo porque el francés los ubicase en mapas de escala reducida y sin demasiadas referencias. La tarea fue ardua —reconocen Cana y sus compañeros— porque «muchos emplazamientos resultaron dañados por la intensificación del uso del suelo en las décadas posteriores a los años 20, lo que los hizo menos visibles o completamente ausentes en las imágenes satelitales tomadas en los años 60». En las fotografías de CORONA solo pudieron identificar de hecho restos de una pequeña parte de los fuertes: 38 de los 116 contabilizados por Poidebard.

Pero… ¿Hay más? Sí. Hay una razón más por la que las imágenes de los programas espías CORONA y HEXAGON resultan tan importantes. De hecho es probablemente la más importante de todas. El nuevo dibujo de las fortificaciones que hemos creado gracias a las 396 construcciones recién descubiertas nos permite entender mejor cómo era y qué rol desempeñaban los fuertes orientales del Imperio. Y cambia por completo la imagen que teníamos hasta ahora.

Al examinar las fortificaciones que localizó durante sus vuelos de los años 20, Poidebard llegó a la conclusión de que aquellas construcciones formaban una línea defensiva trazada probablemente para repelar incursiones del este. Para Cana, Goodman y Ferwerda la lectura que dejan sus nuevos hallazgos es sin embargo bien distinta y muestra que los fuertes servían a un propósito diferente.

¿Qué creen ellos? «La aparición de estos fuertes cuestiona la tesis de la frontera defensiva de Poidebard y sugiere, en cambio, que las estructuras desempeñaron un papel facilitador de la circulación de personas y mercancías a través de la estepa siria», relatan los expertos. En su opinión, la distribución de los nuevos fuertes no apoya la tesis del francés de que componían un trazado de norte a sur a lo largo de la frontera oriental del Imperio, sino que daban forma a una línea de este a oeste que seguía los márgenes del desierto interior y conectaba Mosul con Alepo.

«Nuestros hallazgos fortalecen una hipótesis alternativa de que tales fuertes sustentaban un sistema de comercio interregional, comunicación y transporte militar basado en caravanas. Como los estudios recientes que ‘reimaginan’ las fronteras romanas como espacios de intercambio cultura en lugar de barreras, podemos considerar de manera similar que los fuertes de la estepa siria permitían un tránsito seguro, ofreciendo agua a los camellos y ganado y proporcionando un lugar para que los viajeros cansados comieran, bebieran y durmieran», remarca el estudio. Sus autores reconocen, eso sí, que quedan aún «muchos interrogantes».

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