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Drogas, antivacunas y ovnis: así era Kary Mullis, el excéntrico creador de la prueba PCR

Kary Mullis, en un congreso científico en México en 2007

 

La pandemia del coronavirus ha hecho que nos familiaricemos con el término PCR, las siglas en inglés de ‘Reacción en Cadena de la Polimerasa‘, un acrónimo que formaba parte de la jerga científica desde hacía mucho tiempo y que muchos desconocían.

Se trata de una técnica de biología molecular que permite obtener una gran cantidad de copias a partir de un pequeño fragmento. Gracias a este proceso de amplificación podemos, por ejemplo, diagnosticar trastornos hereditarios o realizar experimentos científicos. Cualquier laboratorio de biología molecular, por pequeño que sea, dispone de un termociclador o amplificador de hebras de ADN mediante la PCR.

Fue esta técnica la que permitió identificar los restos del último zar, Nicolás II, asesinado en 1918 y fue la que sirvió de inspiración a Michael Crichton para su afamada novela ‘Jurassic Park‘.

La excentricidad llevada a extremos inconcebibles

Es cierto que no todos los científicos responden a la imagen tradicional de personas serias y reflexivas, seguramente en la mente de muchos surja la imagen de Albert Einstein, que tenía aversión por los calcetines, la de Benjamin Franklin que trabajaba todos los días una hora desnudo para que le diera el aire o la de Nikola Tesla que profesaba un amor patológico por las palomas. Pero quizás no sean tan conocidas las numerosas excentricidades de Kary Banks Mullis (1944-2019), el científico que recibió en 1993 el Premio Nobel de Química por el descubrimiento de la PCR.

La verdad es que apuntaba maneras desde muy joven, a los veinticuatro años, tras licenciarse en bioquímica, publicó un artículo en la revista ‘ Nature‘ titulado: ‘Significado cosmológico de la inversión del tiempo‘.

Y es que Mullis fue durante toda su vida un científico provocador, vehemente, descarado, nada ortodoxo y polémico hasta el hartazgo. Negó el cambio climático, el agujero de la capa de ozono e, incluso, la existencia del VIH.

A este envidiable curriculum vitae habría que añadir que durante años se dejó retratar vestido de surfista al tiempo que proclamaba a los cuatro vientos que creía en los ovnis, en los fantasmas y que bebía de forma apremiante.

En su desordenado discurso de agradecimiento por la concesión del Nobel explicó ante los académicos suecos que se había dedicado a la química porque «no servía para ganarse la vida como escritor».

Todo fue gracias a una discusión

Este excéntrico personaje expresó a los periodistas, en más de una ocasión, que concibió su invento mientras conducía de noche en compañía de su novia Jennifer, con la que acababa de discutir.

Al parecer todo sucedió un viernes de abril de 1983 mientras serpenteaba a la luz de la luna una carretera de montaña del norte de California: «…emocionado, comencé a calcular potencias de dos en mi cabeza: dos, cuatro, ocho, dieciséis, treinta y dos… Recordé vagamente que dos elevado a diez era, aproximadamente, mil y que, por tanto, dos a la veinte era alrededor de un millón. Detuve el coche en un desvió y saqué lápiz y papel de la guantera. Necesitaba comprobar mis cálculos…».

Y es que una vez más, la serendipia, esa arma tan poderosa para la ciencia, jugó un papel destacado en un avance científico. La curiosidad junto con una rara combinación de coincidencias y, por su puesto, una mente despierta fueron cruciales para un avance tan decisivo. No hay que olvidar que todos los componentes para llevar a cabo la PCR se conocían desde hacía más de una década cuando la inventó Mullis.

Un momento ‘eureka’ psicotrópico

El científico estadounidense confesó que jamás se le habría ocurrido aquella genialidad de no haber sido consumidor habitual de otro acrónimo de tres letras, el LSD. Mullis consideraba que gracias a esta droga se había convertido en un científico mucho más creativo.

Al parecer, además de consumir cantidades ingentes de sustancias psicodélicas llegó a sintetizarlas, aprovechándose de sus conocimientos químicos. Ese consumo desmedido le ‘permitió’ tener contactos con un mapache alienígena en un bosque y compartir con su abuelo recién fallecido unas cervezas. Muy probablemente Mullis ha sido el Nobel más irreverente de toda la Historia de la Ciencia.

Pedro Gargantilla es médico internista del Hospital de El Escorial (Madrid) y autor de varios libros de divulgación.

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