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Jeannie Zerón, la doctora que subió montañas para salvar pacientes con COVID-19

Tegucigalpa,Honduras jueves 16 diciembre 2021

Adiós, doctora!, le decían sus pacientes, contentos, a la doctora Jeannie Marlene Zerón Luque, cuando la divisaban a la distancia, entre la espesa neblina, mientras subía montañas, en busca de pacientes con COVID-19, en aldeas del municipio de Chinacla, departamento de La Paz.

Otros la saludaban con alegría, al verla viajar “a jalón”, sentada entre cajas de verduras, en la parte trasera de un camión en marcha, con tal de llegar puntual a su trabajo en el centro de salud de la aldea de Sabanetas, en el municipio de Marcala.

Igual simpatía despertaba la doctora Zerón entre los pobladores diabéticos e hipertensos, para quienes creó rutinas especiales de ejercicios que practicaba con ellos, como parte de sus tratamientos.

Sus pacientes, en su mayoría campesinos, solían llevarle de vez en cuando cuajada, frutas y huevos de gallina india para mostrarle su aprecio y gratitud por la calidez de sus servicios.

Justo por esa capacidad de “tocar” el corazón de esos hondureños del campo y arriesgarse al contagio del COVID-19, con tal de salvar vidas, es que hoy se exalta en esta sección, Ángeles de la Pandemia, la especial labor de la doctora Zerón.

La profesional, captada por el celular de la enfermera Ana Cálix, con quien subió montañas en busca de pacientes contagiados.

¡A SUBIR MONTAÑAS!

Días después de que el gobierno de Honduras decretara emergencia sanitaria por el mortal virus, en marzo del 2021, la doctora fue contratada en el Centro Integral de Salud (CIS) de Chinacla.

Fue así que se le asignó la misión de recorrer las ocho aldeas y 43 caseríos del municipio, para tomar muestras y llevar tratamiento a todos los pobladores que presentaran síntomas de COVID-19.

«En un inicio de la pandemia no había tanto paciente enfermo, pero a medida fue avanzando la pandemia, cuando subieron todos los picos, entonces allí sí muchas personas salieron infectadas al momento de mandarles a hacer el examen», cuenta la entrevistada.

Recuerda que en el centro de salud “trabajábamos de lunes a domingo, no teníamos horarios, entrábamos a las 7:00, 7:30, pero no teníamos horarios de salida…”.

Para evitar que el COVID-19 cubriera el pueblo con su velo de muerte, cada habitante que llegaba de Tegucigalpa o San Pedro Sula era evaluado.

“Teníamos que andar en cada aldea llenando fichas de todas las personas que venían de afuera, a ver si no venían infectados; andar caminando bastante también porque hay lugares donde no entraban los carros que nos prestaba la alcaldía para poder ir a buscar a esta gente”, cuenta Zerón.

La doctora laboró en el centro de salud de la aldea de Sabanetas, Marcala, donde no hay transporte.

EL “ENFERMO” SANO

Durante su recorrido por las aldeas, la doctora Zerón logró detectar varios casos de COVID-19 y aunque les advertía a los enfermos que debían mantenerse en aislamiento, para su sorpresa, descubrió que casi ninguno cumplía con esa medida.

«Las casas allá generalmente solo son de una habitación donde duermen todos, entonces era bien difícil que estuvieran apartados de sus familias, pero por lo menos sí cumplían con andar la mascarilla», explica Zerón.

A la profesional le resulta inolvidable cierto día en que salió a buscar a un paciente que, según decían en el pueblo, “estaba grave, con gran tos y con fiebre”.

Acompañada por la enfermera Ana Cálix, “nos metimos por una finca de café, casi nos vamos al precipicio, andábamos súper perdidas, creo que caminamos alrededor de cuarenta minutos para encontrar al paciente”.

Con el rostro bañado en sudor, jadeantes y con sus uniformes llenos de mozote, por fin encontraron al supuesto enfermo, que para su sorpresa “¡Estaba súper sano!”, cuenta la profesional, entre risas.

“PASEOS” EN VOLQUETA

En agosto del 2020, la doctora comenzó a trabajar en el centro de salud de la aldea de Sabanetas, en el municipio de Marcala, una comunidad de agricultores, con agua potable y energía eléctrica, pero sin señal de internet ni transporte.

La topografía empinada y arcillosa del lugar impide el ingreso de autobuses, por lo que a puro “jalón” en volquetas y camiones, la doctora lograba acortar el camino para llegar a su centro de trabajo.

Acompañada por su esposo, Fermín Martínez, salía de su casa, en Marcala, a las 5:30 de la mañana, caminaban media hora hasta el parque y de allí tomaban un bus para llegar hasta el desvío de Cabañas.

“De ahí a subirnos ya sea en volqueta, en carro de paila, en camión, donde nos dieran jalón, y generalmente nos llevaban hasta el desvío de Santa Elena…”, explica Zerón.

“…de ahí nos tocaba caminar otra media hora para poder llegar al centro de salud, y eso era de todos los días”, cuenta la doctora, quien, de regreso a casa, debía hacer el mismo recorrido.

La doctora, con su esposo, Fermín Martínez.

NO DISPONÍA DE OXÍGENO

La acertada decisión de las autoridades municipales de Chinacla, de contratar a la doctora Zerón y enviarla a buscar a los pacientes, casa por casa, le permitió salvar numerosas vidas, pues a falta de transporte, a estos les habría sido imposible llegar de forma oportuna al centro de salud.

Igual ocurrió con la municipalidad de Marcala, que contrató sus servicios en pleno pico de la pandemia, para que atendiera a pobladores de la aldea de Sabanetas, donde tampoco cuentan con transporte.

En los centros de salud de ambas comunidades, aunque se tenía lo básico, carecían de tanques de oxígeno, por lo que de no haber sido por la valiosa labor preventiva encomendada a la doctora Zerón, muchos habrían perecido en garras del COVID-19.

«Gracias a Dios, los pacientes que llegaban, siempre llegaban en las etapas tempranas de la enfermedad, no llegó nadie grave al extremo que hubiese necesidad de hospitalizar, allí lo más importante era brindar atención rápida para que ellos salieran», relata la profesional con orgullo.

La doctora nunca faltó ni un día a sus labores, pese a que el paso de las tormentas Eta y Iota convirtió las calles rumbo a esas aldeas en intransitables caminos de lodo.

Con nostalgia y la voz quebrada por la desilusión, la doctora Zerón confiesa que «uno se encariña de los pacientes, como los pacientes se encariñan de uno… Recuerdo que en muchas ocasiones los pacientes llegaban con cuajadita, con chinapopos, con maíz para hacer el chocolate de maíz… Los pacientes eran muy especiales conmigo».

Si su labor le ha sido tan gratificante, ¿por qué la invade la tristeza? La doctora cuenta que el pasado 17 de septiembre, a través de un mensaje de WhatsApp, le informaron que «ya no iba a trabajar porque ya no tenían presupuesto para pagarme».

Ese fue el triste final de la labor de la doctora Zerón en la aldea de Sabanetas, pese a que el decreto ejecutivo 047-2020 ordena asignar una plaza permanente a esos héroes de blanco que han estado en primera línea durante la pandemia.

Junto a sus padres, Sandra Luque y Marco Zerón, su hermana Ana Cecilia y su abuela Juanita Luque.

SU APOYO, LA FAMILIA
La doctora Jeannie Marlene Zerón Luque, nació en Tegucigalpa, el 2 de enero de 1980, rodeada del amor de sus padres, la enfermera auxiliar, Sandra Maritza Luque; y Marco Antonio Zerón Barrientos, con cargo de ordenanza en la embajada de España.

En enero del 2021, nueve meses después de haber concluido sus estudios, se graduó de médico general en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH), ya que la pandemia retrasó la entrega de los títulos.

La profesional valora el apoyo incondicional de sus padres, pero también de su esposo, Fermín Martínez, de su hermana, Ana Cecilia Zerón Luque y de su abuelita Juanita Luque, que llenan de felicidad sus días y la motivan a no darse por vencida, a abrir su propia clínica en su casa, pese a las dificultades.

Fuente: La Tribuna

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