Estos pequeñísimos implantes podrían ser la solución a los problemas de conexión actuales de los sistemas que conectan el cerebro humano con ordenadores, un campo de la ciencia aún por explotar.
Las posibilidades de los implantes cerebrales son casi infinitas, sobre todo en el campo de la medicina, donde el impacto de esta tecnología puede ser diferencial.
Como ya vimos con el implante cerebral que permitía a un tetrapléjico controlar su prótesis para comer de forma independiente, hay muchísima gente ahí fuera que puede recibir la ayuda que tanto necesita de este campo que todavía sigue muy verde.
Por fortuna para todos, hay muchas empresas e investigadores desarrollando nuestras tecnologías, interfaces y hardware para que los siguientes pasos se den más rápidos y más seguros. Ejemplo de ello son los minisensores que acaban de desarrollar en la Universidad de Brown junto a actores de la talla de Qualcomm.
En muchas de las opciones cerebro-ordenador que hay actualmente, los electrodos se implantan directamente en el cerebro, y no suelen implantarse más de dos, encargándose de estimula y controlar la actividad eléctrica de unos cientos de neuronas.
Debido a esta necesidad, los investigadores han desarrollado los neurogranos, sensores que son mucho más pequeños que los electrodos tradicionales: cada uno tiene el tamaño de un grano de sal.