El calendario del programa ILRS se divide en tres fases, de 2021 a 2025 —fase inicial—, de 2025 a 2030 —primera fase de construcción— y de 2030 a 2035 —segunda fase de construcción—. Las dos primeras fases, de 2021 a 2030, consistirán básicamente en que cada país continuará con su programa lunar por separado, pero, en vez de hacerlo de forma totalmente independiente, habrá cierto grado de colaboración entre las dos naciones (intercambio de datos, llevar instrumentos del otro país en misiones del otro, etc.). Esto quiere decir que las misiones Chang’e 6, 7 y 8 chinas y las sondas Luna 25, 26, 27 y 28 rusas se lanzarán de forma independiente, pero con algo de cooperación entre los dos países. Por tanto, y si leemos la letra pequeña, en realidad esto no supone un gran cambio, puesto que China y Rusia ya colaboraban con otros países en estas misiones. De hecho, este calendario supone retrasar unos diez años una colaboración más estrecha (y en una década pueden pasar muchas cosas).
Entre 2030 y 2035 está previsto el lanzamiento de cinco misiones, las ILRS-1 a ILRS-5 (MNLS-1 a MNLS-5 según las siglas en ruso). Estas misiones, no tripuladas, serán más ambiciosas y complejas, por lo que usarán los lanzadores pesados Larga Marcha CZ-9 chino y el Yenisey (STK) ruso. Estas cinco sondas incluirán rovers, misiones de retorno de muestras y tecnologías de aprovechamiento de recursos locales (ISRU). Más concretamente, ILRS-1 será un módulo chino de telecomunicaciones y para generar electricidad lanzado por un CZ-9, mientras que ILRS-2 despegará mediante un Yenisey e incluirá un rover para «probar tecnologías» y explorar «tubos de lava». ILRS-3 (ILRS-5 según otras fuentes) será un telescopio astronómico chino —un concepto muy interesante en sí, pero del que no se han ofrecido más detalles— e ILRS-4, una misión rusa, será un «módulo de investigación» con experimentos biomédicos y de retorno de muestras.
Una vez más, y si atendemos a los detalles, vemos que los lanzamientos continuarán siendo independientes, así que, pese a la fusión de los nombres de las misiones, en realidad cada programa lunar seguirá su propio camino. El pasado marzo la cuestión sobre las misiones tripuladas quedó en el aire. Ahora sí que se mencionan, pero solo a partir de 2036. Una vez más, una fecha relativamente lejana que no compromete a nada, sobre todo teniendo en cuenta que China cuenta con poner en marcha elementos de su propio programa lunar tripulado a partir de 2025. Por otro lado, una novedad es que la localización de la base ya no tiene que ser necesariamente el polo sur y se barajan otras opciones como el cráter Aristarco o las colinas Marius (aunque también es posible que se envíen sondas a estas tres zonas).

Resumiendo, el proyecto de estación lunar ILRS/MNLS está aquí para quedarse y no se trata de un proyecto fugaz. Sin embargo, China mantiene sus reticencias a una mayor colaboración con Rusia en el ámbito espacial, aunque es posible que el éxito que está teniendo la NASA a la hora de sumar países para los Acuerdos Artemisa —que incorporan una interpretación unilateral de la legalidad internacional sin mediación de la ONU— haya empujado a Pekín a replantearse su cooperación con el país vecino, al menos en cuanto a los planes lunares se refiere, por temor a quedarse aislado. Rusia, por el contrario, apuesta con una colaboración mucho más intensa entre ambas naciones y, justo ayer, pudimos conocer la sorprendente noticia de que Roscosmos está estudiando la posibilidad de lanzar naves Soyuz tripuladas desde la Guayana Francesa para que se puedan acoplar con la estación espacial china (desde Baikonur o incluso Vostochni no es posible por la inclinación orbital de la estación china, de unos 42º). En este sentido, es llamativo que, por el momento, no se haya materializado un simple intercambio de tripulaciones para que cosmonautas rusos viajen en naves Shenzhou y astronautas chinos hagan lo propio en naves Soyuz, un gesto mucho más sencillo y barato de implementar que una base lunar.