La compañía Rocket Lab está preparando un lanzador de bajo coste para enviar una sonda a la atmósfera de Venus, donde las condiciones parecen ser compatibles con la presencia de seres vivos.
A partir del año que viene varios robots podrían hallar vida extraterrestre en Marte. Quizás lo más sorprendente es que este descubrimiento, probablemente el más importante de la historia, podría ocurrir durante esta década o la próxima. Pero lo cierto es que es posible que Venus nos dé una sorpresa incluso antes que el planeta rojo.
«Estoy locamente enamorado de Venus», dijo en una videoconferencia Peter Beck, director general de la compañía. «Estamos trabajando mucho en organizar una misión privada para ir a Venus en 2023».
Es de sobra conocido que en el pasado Venus fue un planeta habitable, con ríos, lagos y océanos. Sin embargo, un calentamiento global descontrolado, impulsado por procesos geológicos, provocó un efecto invernadero tan drástico que convirtió al planeta en una especie de olla a presión.
Un cohete de la compañía Rocket Lab en la plataforma de lanzamiento, en Nueva Zelanda – Rocket Lab
Ahora, el objetivo es explorar una región de la atmósfera, situada a unos 50 kilómetros de altura, en la que las temperaturas y las presiones son sorprendentemente benignas hoy en día. «¿Quién sabe? Quizás nos podría tocar el gordo», dijo Beck.
Por el momento, hay motivos para sospechar que esta lotería sea posible. En los años veinte se descubrió la presencia de parches en la atmósfera que absorbían hasta un 40% más de radiación ultravioleta que las regiones de alrededor, sin que se supiera por qué. Con el tiempo, se averiguó que dichos parches evolucionan con el paso de los días y las semanas, de un modo muy peculiar y poco comparable al de otros planetas.
Ya en 1967, el astrónomo Carl Sagan, entre otros, propuso que el origen de estos parches podría estar en microorganismos con capacidad de absorber luz en ese rango de longitud de onda.