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Edilberto Borjas Guzmán, orgullo “catracho”: Escritor planta simiente del arte en Cantarranas

Tegucigalpa, Honduras lunes 10 febero 2020

“¡Abajo el gobierno!”, “¡Abajo la represión!”. Esas frases eran proferidas por extrañas voces chillonas que se oían desde las casas de un pueblo “catracho”, en plena dictadura. Cierto día, varios militares salieron a buscar a los “revoltosos” y, para su sorpresa, descubrieron que no se trataba de habitantes subversivos, sino de loros, zorzales, entre otras aves que habían aprendido a repetir lo que sus dueños decían.

Por considerarlos peligrosos para la seguridad del Estado, al incitar a la gente a la rebelión, los pájaros fueron decomisados y llevados a un parque, donde, en fila india, uno por uno, fuero

Esa ingeniosa historia es narrada en el libro de cuentos “Tiradores de Pájaros”, el primero publicado por un escritor “catracho” para quien la literatura y el teatro son sus dos “amores”, y que ha plantado la simiente de las artes en su pueblo natal, el municipio de Cantarranas, en Francisco Morazán.

Se trata del licenciado en Lengua y Literatura, Edilberto Borjas Guzmán, docente jubilado de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH), quien descubrió su pasión por las letras en una pequeña biblioteca de la profesora “Coquita”, muy conocida en el pueblo.

“En el pueblo había una señora, una profesora que se llamaba Carlota Reyes, que tenía una biblioteca pequeña, y mi madre me decía: ¡Andá visitá a la señorita Coquita!, decile que te preste libros y así hacía”, recuerda el escritor.

Mientras sus “compañeritos” se divertían jugando “potra” en las calles, el pequeño Edilberto, sediento de ficción, devoraba un libro tras otro, y fue así que por sus manos pasaron obras clásicas de la literatura hondureña, como “Blanca Olmedo”, de Lucila Gamero de Medina; y “Peregrinaje”, de Argentina Díaz Lozano, entre muchos otros que despertaron su interés por creación literaria.

El escritor y docente jubilado de la UNAH, Edilberto Borjas Guzmán, ha promovido el arte y la cultura en su pueblo natal: Cantarranas.

LE TENÍAN LA MORTAJA

Cuando apenas tenía seis años, sus padres, el campesino José Feliciano Borjas y el ama de casa María Dolores Guzmán de Borjas, ya le tenían lista la mortaja… Pálido y jadeante, a punto de caer en brazos de la muerte, “algo” misterioso ocurrió.

“Mi infancia fue bien bonita, bien agradable, bella; ¡tuve unos padres maravillosos! Mi papá me decía que yo me había salvado de milagro, porque me dieron casi todas las enfermedades, tenía seis años cuando me prepararon el ataúd, la mortaja, ya me tenían todo listo porque yo, prácticamente, estaba desahuciado”, relata Borjas.

Sin embargo, “el que falleció fue mi hermano, al que yo le seguía y que estaba sano; yo le pregunté a mi papá: ¿de qué murió mi hermano?, pero no sabían por qué, ya que él estaba sano y el que estaba enfermo era yo. Para mí es un misterio ese hecho y el haber quedado yo vivo de repente tenía algún propósito”.

Al llegar a la adolescencia, siendo alumno de la Escuela Normal, “prácticamente incursiono en el campo literario cuando yo tenía 15 años y que estaba estudiando; gané algunos concursos que los profesores de español desarrollaban y me fue interesando el campo literario”.

Más tarde no dudó en matricularse en la carrera de Letras, en la Escuela Superior del Profesorado, “allí conocí a varios escritores, entre ellos el profesor Julio Escoto, que es un excelente narrador, y él me motivó para que siguiera escribiendo”.

Borjas cuenta que en ese centro de estudios conoció a una muchacha que conquistó su corazón y con quien mantuvo un noviazgo por ocho años.

Años después, sintió que sus sueños se truncaban pues en Honduras no había ninguna carrera vinculada a la literatura. Pero lejos de cruzarse de brazos, envió cartas a universidades de México, Costa Rica, Panamá y Colombia, en las que presentaba su documentación académica y solicitaba ser admitido.

Al no recibir respuesta alguna, continuó con su vida normal. “Entré a trabajar a la universidad, en una oportunidad que daba la universidad para ser instructor de profesores, yo pasé a ser instructor del profesor Julio Escoto, que trabajaba también en la universidad”, relata el escritor.

Fuente: La Tribuna

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