Tegucigalpa, Honduras sábado 01 febrero 2020
Aunque Antonio Velásquez es conocido en El Progreso por ser un buen mecánico automotriz, posee un talento que ha mantenido en secreto por muchos años, hasta ahora.
Haciendo uso de todas las piezas que le sobran de los motores que repara, se ha encargado de elaborar una incontable cantidad de esculturas que regala a sus clientes con la intención de que vuelvan a su taller.
Nunca ha pretendido que se le considere un artista ya que manifiesta que lo suyo es reparar carros, sin embargo, basta ver cualquiera de sus piezas, por pequeñas que sean, para darse cuenta de que en cada una de ellas hay mucho arte, inspiración e ingenio de por medio. Son pedazos de metal, fríos y rígidos, que dejaron de ser chatarra para convertirse en una obra, que recibieron un alma, y eso solo lo puede lograr un artista de verdad.
Así que sus obras, con su rústica belleza, se encargaron de revelar en la ciudad que Antonio, el mecánico, era también un gran escultor.
Su popularidad empezó a surgir luego de que el escritor y poeta Héctor Flores, quien escribe bajo el seudónimo de “Chaco de la Pitoreta”, le encomendó que le preparara una pequeña escultura de un Quijote leyendo, para que fuera el símbolo del “Encuentro de la espera infinita”, el primer evento internacional de poetas y músicos que se llevó a cabo en esta ciudad Perla del Ulúa en junio del 2019, y que congregó a artistas de Uruguay, Colombia, Perú, Costa Rica,
Nicaragua, El Salvador, Guatemala, México, Canadá, Estados Unidos, España y Honduras.
Resulta que el padre Jack Warner, director general de teatro La Fragua, quedó deslumbrado con la belleza de la figura metálica y contactó a Antonio para que le hiciera una similar, pero de mayor tamaño, para ser exhibida en la entrada del teatro.
Como era de esperarse, la llamativa escultura del Quijote acaparó la atención del público desde el primer día y las personas hicieron fila para tomarse una fotografía con el nuevo miembro de La Fragua.
Fuente: El Pais