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JOSÉ LUIS QUESADA, LA PENÚLTIMA PALABRA DE LA “VOZ CONVOCADA”

Tegucigalpa, Honduras lunes  21 octubre 2019

José Luis Quesada, poeta y pintor, falleció el Tegucigalpa, el 23 de septiembre pasado. Había estado internado en el Hospital del Seguro Social, tratándose de problemas de una diabetes desconsiderada que no le dio treguas. Y que le había afectado otros órganos de su cuerpo cansado. Daños significativos sufrió en la columna vertebral. “Al momento de su muerte tenía destrozadas la vértebras lumbares y las imágenes eran compatibles con la tuberculosis ósea, muy frecuente en Honduras”( *). Según refiere uno de sus compañeros, en 1969, José Luis Quesada “no pudo rendir sus exámenes finales (noviembre de 1969) para graduarse de bachiller en Ciencias y Letras, por un problema relacionado con una anemia pertinaz. Posible antecedente de la causa de su muerte. Se graduó en las llamadas “olimpiadas”, el año siguiente” (**). Cristiano hasta la médula, se entregó a la muerte, sosegado y tranquilo, sin resistencias absurdas, convencido de las verdades de la vida eterna.

Había nacido en Olanchito el 22 de septiembre de 1947, en el hogar formado por Menalia Bardales Figueroa y Ramón Quesada Fernández. En ese hogar, más que el padre, – que solo estaba presente fugazmente — la figura singular y dominante, era la del abuelo paterno Próspero Bardales, ganadero y dedicado agricultor que había amasado fortuna con trabajo ejemplar. Y su esposa Leandra Figueroa de Bardales, la abuela. Por esa razón, además de hermanos de padre y madre ( Lisandro, Norma, Próspero, Sonia, Víctor Manuel, Santos Wilfredo) tuvo medio hermanos a Rigoberto Quesada Figueroa, Mario Quesada Figueroa ( hijos de Donatila Figueroa), Xiomara Quesada Castillo, Dilcia Quesada Castillo (hijos de Gladis Castillo) Nolvia Quesada y Elisa Quesada, hijas de Antonia Elisa Quesada.

Curso la escuela primaria en la Modesto Chacón, donde fue un alumno modelo, tranquilo y de “buena conducta”. En algún momento al finalizar la primaria, aprendió el oficio de la barbería con su hermano “Popito Bardales”– oficio de Ramón Quesada, su padre común– y supo apreciar los primeros sorbos de la literatura con sus hermanos Lisandro, Norma y Sonia, de gran sensibilidad, admiradores de la palabra y creyentes en el oficio crítico de la realidad. El primero, incursionó en la poesía donde exhibió indudable talento; pero le faltó la dedicación y la disciplina para desarrollar su inmenso talento. En él se impuso la política y la militancia en el Partido Liberal. La segunda fue organizadora teatral y la tercera Sonia, exquisita, guapa, inteligente y delicada declamadora de finos acentos. José Luis Quesada, ingresó al Francisco J. Mejía donde completó el ciclo común en 1966. En 1967, continuó estudios de bachillerato en el Manuel Bonilla de La Ceiba, en donde residían sus hermanas Norma y Sonia, Aquí confirmó su con la poesía, para darle ordenada salida a su sensibilidad. En el Manuel Bonilla, desde los primeros años, empezó a mostrar una sensibilidad exquisita que la diferenciaba de los otros compañeros suyos, aspirantes a atletas, científicos o a figuras estridentes de la política criolla. Uno de ellos recuerda “que no fue necesario que pasara mucho tiempo para encontrarnos en el ámbito literario y tuve el honor de ser su primer lector de sus poesías que luego serían publicadas en antologías y libros personales. Él me enseñó los secretos del verso libre”(***). José Luis tenía entonces 22 años; pero aparentaba16 años y para entonces, exhibía una gran inclinación por la lectura. El compañero suyo, citado íneas atrás, dice que “ con 16 primaveras a cuestas ya había leído una parte de la obra poética de Pablo Neruda. Su inmortal “Residencia en la Tierra” tocó mis fibras humanas más íntimas. Como también lo hizo la lectura del también universal César Vallejo. Fue impresionante la lectura de una antología de poetas turcos contemporáneos, y los poetas de la “generación maldita” de Francia. Esas lecturas, realizadas gracias a las sugerencias del poeta ( Quesada), fueron temas de nuestras conversaciones, muchas veces bajo el embrujo del guaro y salvavidas. En ciertas ocasiones, bajo la influencia del “Santo Alegre” de La Ceiba, conocido oficialmente con el barrio San Lazaro”
Por todo ello, antes de graduarse de secundaria, poco a poco se aproximó a los poetas mayores de La Ceiba, especialmente cuando empezó a participar en las tertulias de Nelson E. Merren, ya un poeta consolidado y comprometido con la palabra convertida en herramienta del verso exacto que, en un magisterio típico y exclusivo solo de La Ceiba, reunió a su alrededor a Francisco Aquino Pérez, Francisco Sánchez ( Marco Tulio Miro), José Adán Castelar, Carlos M. Ramírez, Julio Fonseca, José Luis Quezada y Tulio Galeas. Ellos, publicaron un libro colectivo, “La Voz Convocada”, destacando entre ellos, con una voz nueva, en la que la ternura era la impronta de su palabra, José Luis Quesada. Detrás de la cual, se podían entrever las primeras luces de una ternura y una suave suavidad, que caracterizaría su voz poética hasta su muerte. Suave. Casi mística. Y que mostraría en sus libros, que dejó sembrados, verdes y vigorosos, en la bibliografía nacional.

A finales de los setenta, se estableció en Tegucigalpa, bajo el alero de su hermano mayor Lisandro Quesada y en el calor del hogar que organizó Sonia Quesada que había llegado a la capital para estudiar derecho, carrera que concluyó exitosamente. Posteriormente Quesada, ya con sus primeros libros publicados y con un prestigio en evidente crecimiento, viajó a Costa Rica a efectuar estudios de Literatura en una universidad de aquel país. Al regresar, enseñó en la UNAH, durante algunos años. Posteriormente desempeñó labores en el departamento de Relaciones Públicas del INA (1989) y al final, durante el gobierno de Roberto Micheletti y apoyado por su paisano y amigo Juan Fernando Ávila Posas, fue nombrado en la Hemeroteca Nacional donde estuvo en los últimos diez años, hasta que la enfermedad le impidió continuar desempeñando sus responsabilidades. Sin embargo, con su salud afectada y con la visión reducida que le alejó para siempre de la pintura, enseñó poesía en el Taller “Miguel de Cervántes”, organizado y financiado por la Academia Hondureña de la Lengua e incursionó, con sabiduría y sensibilidad en las enseñanzas evangélicas. Y se adentro en las prácticas médicas alternativas, usando el poder de la oración, como bálsamo purificador. Pero al ver hacia atrás, posiblemente, lo más sorprendente de José Luis Quesada, es que, de repente en un regreso a las cosas sencillas y a la artesanía que la expresa mejor, se hizo pintor autodidacta de forma que, esta actividad durante muchos años, además del comercio de las obras suyas y las de sus nuevos amigos, le permitieron vivir con dignidad y formar un hogar en que tres mujeres, sucesivamente hicieron acto de presencia: Estela Luque, cuñada de su hermano Próspero Quesada,– casado con Rosa Luque–, con la cual creó a Ximena Quesada Luque y Alejandra Quesada Luque; con la costarricense Vilma Vargas Dobles, con las que no tuvo hijos y con Dora Sánchez Segovia, con la cual engendró a Aurelia María Quesada Sánchez, Rosmina Angélica Quesada Sánchez, y a José Luis Quesada Sánchez. De sus hermanos de padre y madre, le sobrevive tan solo Víctor Manuel, poeta tardío pero de sonoros acentos. Sus pinturas siempre representaron figuras femeninas, muchas veces usando como modelo a sus hijas, a quienes veneraba con tranquilo cariño. Algunas de esa pinturas las guardó en nuestra casa y una de ellas, ocupa lugar especial en la Academia Hondureña de la Lengua, institución que le nombró académico de número por sus indudables méritos; pero que, él por razones de salud, no completó su incorporación, desafortunadamente.
Al momento de su muerte, deja una obra indudable. Firme, ordenada y duradera. Que confirma que era, sin duda, el mejor poeta vivo de Honduras y posiblemente uno de los mejores que ha tenido el país durante la segunda centuria del siglo pasado y las dos décadas del presente. Las características de su poesía, se pueden sintetizar en la pureza estricta del verso, –burilado con paciencia artesanal–, el rechazo de la vaciá estridencia, la renuncia a la prisa por lograr la inmortalidad, la rectitud del verso íntegro al que no le falta ni le sobra una palabra, y la suavidad amorosa de sus sonidos tranquilos, que convocan a la reflexión y a la ternura. En pocos casos, por lo menos en la poética hondureña, se puede apreciar una mejor articulación entre la vida del poeta y las características de su poesía. En ella no hay egos desmesurados; ni pretensiones abusivas. Muchos menos aspiraciones de glorias terrenas, – que no buscaba – porque estaba conforme con la esperanza de la gloria eterna que satisfacía sus necesidades existenciales. Por ello en su poesía, corren las aguas naturalmente, cantando sus caídas, sin lamentos y sin pretensiones de figuración marmolínea. Los versos son naturales, como cosas encontradas armadas en el camino, en donde el artificio de Quesada, casi no se nota porque no levanta sus versos, –ni se coloca como protagonista omnipresente de los mismo– que los deja correr para que encuentren, en los corazones que los conocen, puertas abiertas para ingresar al espacio en donde habitan. La temática, viene desde los recuerdos familiares, hasta los amigos y los refugios interiores de las personas que frente a la realidad, quieren por medio de la palabra exacta y precisa, encontrar la herramientas para descubrir sus profundos secretos. Quesada pudo entonces, desde su sensibilidad pura y sencilla, encontrar una expresión poética muy particular, en donde la mesura, la tranquilidad inevitable y el amor necesario, con la cual conmover a los lectores y retratar su vida. De repente, esta poesía de Quesada que sobrevivirá al paso del tiempo, valorada por las nuevas generaciones que tendrán dificultad para entender como en un mundo convulso, con evidentes trazos de intolerancia, irrespeto colectivo y deshumanización destructivo, un hombre frágil y de hablar pausado, pudo hacer un quite a la violencia ruidosa de una realidad que ya no controlamos los hondureños, y logró en cambio darnos a todos sus contemporáneos y a las generaciones futuras, una poesía que no reacciona ante los gritos, que no hace caso a los insultos, sino que más bien, devuelve tranquilidad para que el amor, de nuevo, se imponga entre todos. Y sobreviva ante las amenazas de las realidades incontroladas. Y es que, de repente, José Luis Quesada diferente a otros, no quiso retratar la realidad y mucho menos cambiarla, –o fotografiarse con ella– sino que más bien, buscó salvar al hombre del huracán de las pasiones, para que pudiera seguir siendo la mejor expresión de la sensibilidad de los humanos y la ultima y segura esperanza que, aunque todo se destruyera, el amor que los embargaba, podría garantizar la sobrevivencia de la paz y la hermandad entre los hombres. Era en realidad, junto a Edilberto Cardona Bulnes, el más místico de los poetas hondureños.

 

Nosotros que conocimos al poeta y pintor Jose Luis Quesada, porque compartimos vínculos sanguíneos familiares, tiempo histórico y juegos en la Olanchito de nuestros recuerdos comunes e invenciones afectuosas, podemos dar fe que la sociedad hondureña, tuvo la enorme fortuna de contar entre sus hijos, a un hombre de figura frágil, que posiblemente nunca jugo fútbol, peleó con nadie, discutió sobre política o sobre la existencia de Dios y las cosas trascendentes; que en ningún momento ofendió a ninguna persona, ni siquiera con un apodo denigrante, que fue amigo, compañero sin exigirnos afectos siquiera, porque le bastaba darlos y nunca buscaba recibirlos. Duele haberlo perdido. Se notara, en el silencio de las tardes vaciás, su discreta ausencia.

La sociedad hondureña, dominada por la exaltación mediática de los delincuentes, las discusiones de políticos analfabetos, la verborrea de los iracundos y los lamentos irracionales e infantiles, tardará tiempo en descubrir que tuvo entre sus manos,– viviendo mezclado en sus multitudes anónimas – a un hombre bueno que debió aprovechar en mejor forma. Pero sin duda, con el paso del tiempo, aprenderá a valorar que José Luis Quesada fue un hombre bueno, ejemplar en el cariño, referente en su forma de vivir tranquila la vida sin prisas, honrado sin remedio, sin pedir o reclamar nada y sin ofender a nadie que, incluso murió en silencio, para no despertarnos, ni turbar nuestros sueños sobresaltados. Y nuestros gozos enfermizos. Y se fue, conforme y sereno, sin lamentos,– de puntillas–, para no incomodarnos en el goce maligno de la admiración a los delincuentes que han sustituido en la pasarela nacional, a los referentes auténticos, a los hombre buenos como el, que vinieron al mundo para hacer el bien y señalarnos el camino para empujarnos hacia las rutas del reino de Dios y de la inmoralidad.

Puedo decir con seguridad y sin ofender a nadie que, conocí y conviví durante muchos años, con un hombre bueno y generoso, sin egos desmesurados, humilde pero auténtico, que nunca reclamó aplausos; indiferente a los juicios de la gloria, y que nos dejó su tranquila sabiduría y su auténtica humildad, como guías para vivir una vida auténtica y serena. Seguro que tenía una gloria asegurada que había recibido como promesa de Dios en el cual creía, sin ruidos, estridencias ni reclamos.

Tegucigalpa, septiembre 28 del 2019

(*) Víctor Manuel Ramos, Médico y Cirujano por la UNAH, especialista en Anestesiología por la Universidad de la Habana, Cuba
(**) Mario Aguilar, arquitecto, graduado en Texas en Masachuset, USA, reside en Comayagua, dedicado exitosamente a su profesión.
(***) Eduardo Barrios, se graduó de bachiller en ciencias y letras en el Manuel Bonilla de La Ceiba. Realizo estudios de filosofía y letras en la Universidad Javeriana, Bogotá, Colombia. De regreso a Honduras se involucró con el doctor José Reyes Mata en acciones revolucionarias. Abandonó el país, para residir en Bélgica, donde después de servir clases en la Universidad de Lovaina, se jubiló. (Especial agradecimiento para el doctor Juan Fernando Ávila Posas por la información proporcionada sobre los hermanos naturales de José Luis Quezada).

Fuente: La Tribuna

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