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Casona “mil usos” de 288 años adorna el centro capitalino

Tegucigalpa, Honduras lunes 19 agosto 2019

¿Dónde se instaló la primera imprenta traída a Honduras?, ¿dónde se dieron los primeros pasos para conformar la Universidad Nacional?, ¿dónde inició su educación Francisco Morazán? La respuesta a estas interrogantes se resume en un solo lugar: la Iglesia San Francisco, en Tegucigalpa, que en el pasado conformaba un mismo inmueble junto con el actual Museo de Historia Militar.

Posiblemente pocas edificaciones capitalinas hayan cumplido tantas funciones en el ayer, como esta, que nació en los predios del Convento de Frailes San Diego de Alcalá, construido en 1592 y demolido en 1730.

La hermosa edificación que al sol de hoy embellece el casco histórico de Tegucigalpa, se creó para que funcionara como una casa de noviciado, en 1731. Posteriormente ahí se instaló la primera imprenta, en 1829; también sirvió como academia literaria en 1841, se convirtió en cuartel en 1882, funcionó como escuela de adultos en 1940, luego como comandancia de armas, sastrería de las Fuerzas Armadas, Escuela de Aplicación para Oficiales en 1972, entre otras funciones.

Es decir, por los corredores y recintos de esta antigua casona pasaron desde frailes y próceres hasta militares, pero también seminaristas, estudiantes, escritores, poetas, sastres e ingenieros.

El inmueble del actual Museo de Historia Militar fue construido para ser un monasterio de frailes, en 1592.

FUE IDEA DE UN FRAY

Según una reseña histórica de 1984, del ingeniero Rolando Soto, en ese entonces jefe del Departamento de Restauración del Instituto Hondureño de Antropología e Historia (IHAH), en 1578 fueron descubiertas en Tegucigalpa las primeras minas de plata, lo que hizo que el presidente de la Audiencia de Guatemala la elevara al rango de Alcaldía Mayor y se convirtiera en el centro económico de Honduras. Este desarrollo, según Soto, despertó el interés de las autoridades españolas, en construir conventos a partir de 1586.

Fue así que “para ese año, Fray Juan Bautista Ponce da los primeros pasos para realizar la construcción del Convento San Francisco, por medio de una serie de donaciones de particulares, ya fuera en metálico, objetos litúrgicos…”, por lo que en 1590 Cristóbal Rodríguez Bravo “hizo donación de las casas de su propiedad para que en ellas se fundara el convento”.

El edificio fue tiroteado durante seis días, en 1890, cuando al general Longino Sánchez se le buscaba por haber intentado dar golpe de Estado al presidente Bográn, como se observa en esta gráfica del Museo de Historia Militar.

Se comenzó a construir en 1592, por lo que este año cumple sus 427 años; su nombre original fue Convento de San Diego, sin embargo, posteriormente se le conoció como Iglesia y Convento de San Francisco y actualmente sirve como sede del Museo de Historia Militar.

DATOS
La iglesia San Francisco originalmente tenía una imagen de La Soledad y una cruz de piedra que se levantó en el atrio del templo. Tanto la imagen, que fue obsequiada por el padre comisario Fray Francisco Segura, como la cruz en mención, construida en 1783, fueron trasladadas posteriormente a la iglesia El Calvario, ubicada a un costado del Teatro Manuel Bonilla, en el centro de Tegucigalpa.



HISTORIAS DEL EDIFICIO… DOS GENERALES, UN SUICIDA

El edificio fue tiroteado durante seis días, en 1890, cuando al general Longino Sánchez se le buscaba por haber intentado dar golpe de Estado al presidente Bográn, como se observa en esta gráfica del Museo de Historia Militar.

Entre las paredes del Cuartel San Francisco vivieron los episodios más importantes de su vida dos generales hondureños: Francisco Morazán y Longino Sánchez, según detalla el ingeniero Rolando Soto, en una reseña histórica sobre el inmueble archivada en el Instituto Hondureño de Antropología e Historia (IHAH).

El prócer inició su formación académica en este inmueble, a finales del siglo XVIII. “… varios vecinos de Tegucigalpa mostraron especial interés por la educación de la juventud y obtuvieron el permiso del padre Fray Santiago Gabrielín, prior del convento, para que el padre Antonio Murga impartiera clases de latín, gramática y moral; allí iniciaron su educación Francisco Morazán, Antonio Márquez, Diego Vigil y Liberato Moncada”, detalla Soto.

En 1829 fue el mismo Morazán quien ordenó instalar en el Convento San Francisco la primera imprenta traída a Honduras, ya que según Soto, estas edificaciones religiosas habían pasado al cuidado de las municipalidades, con el fin de que prestaran una mayor utilidad.

Otro general que tuvo un protagonismo peculiar en la historia del edificio fue Longino Sánchez. Este militar se sublevó contra el presidente Luis Bográn, en 1885, apoyado por el gobierno de El Salvador, sin embargo, en 1890 fue atacado mientras se encontraba en el cuartel, atrincherado con sus tropas.

Al verse vencido, “tuvo que abrir un boquete en el lado oriental de la tapia, para poder salir rumbo a San Antonio de Oriente, donde se encontró con las tropas leales al gobierno”, por lo que “optó por suicidarse antes de caer prisionero”.

ANCIANO PRESO EN TIEMPOS DE CARÍAS
¡Abran el piso que allí hay un calabozo!

En el inmueble se instaló la primera imprenta, en 1829; sirvió como academia literaria en 1841; y se convirtió en cuartel en 1882, entre otras funciones.

Año 2005. Un grupo de trabajadores restaura el edificio del antiguo Cuartel San Francisco, donde funciona el Museo de Historia Militar. Un anciano ingresa al vetusto inmueble y dice: “¡Aquí estuve preso, en los tiempos de Carías!”, señalando el piso de una de las salas.

“Abran el piso que, aquí abajo, hay un calabozo”, insiste el “viejito” una y otra vez, hasta que es escuchado por un oficial que le advierte: “Vamos a quebrar el piso, pero si no hay nada abajo, usted va a pagar los trabajos de reparación”.

El misterioso abuelo acepta la propuesta y se queda allí, observando cómo varios albañiles agarran sus piochas y comienzan a hacer un agujero en los mosaicos de cerámica. Minutos después, para sorpresa de todos, va quedando al descubierto que abajo de la superficie hay una especie de sótano.

Unas escalerillas verticales conducen al interior, y con asombro y cierto temor, los trabajadores bajan al recinto obscuro… Adentro se siente un olor a humedad y puede verse cómo las telas de araña han tapizado las paredes de piedra. Pese a ello, se observa que sobre la piedra hay escritos varios nombres de varón. También son visibles numerosas líneas verticales seguidas, típicas del prisionero que marca los días de su condena.

El anciano tenía razón… Esa historia fue relatada a LA TRIBUNA por una oficial y guía del museo, refiriéndose al antiguo polvorín del cuartel.

Fuente: La Tribuna

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