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Santa Elena, una isla que se detuvo en el tiempo

Tegucigalpa, Honduras  lunes 10 junio 2019

En este vecindario hace décadas que no se produce un homicidio, es tan remoto que sigue sin aparecer en la lista de los lugares más apacibles de Honduras. Al arribar en cuestión de minutos el visitante percibe cómo el tiempo se ha detenido, dejando florecer una vida sencilla y desprovista de la suntuosidad y afán de las grandes ciudades.

La brisa marina sala la piel, los vientos frescos que recogen la humedad coralina y sofocan el agobiante calor de la estación de verano, la sombra de un árbol puede ser el mejor lugar para un solaz descanso.

Sus pobladores duermen con las puertas abiertas, cuando arriban huracanes o el mal tiempo, se hacen un nudo en tierra aguardando mejores momentos para salir a buscar víveres o medicinas.

La gente sabe poco del exterior, pero de lo que sí están conscientes es que la vida es más placentera cuando más alejado se está del ajetreo de las principales ciudades y centros urbanos.

Se aprecia hermandad, todos se saludan, al conversar se ven a los ojos, reportan un crimen en diez años, conviven entre iglesias evangélicas, casi sin presencia estatal.

Woudson Bodden, con casi medio siglo de edad, asegura que nunca ha visto un asesinato, este vecindario con cerca de dos mil habitantes, son negros de origen inglés y prácticamente el 99 por ciento de sus miembros comparten tres características en común.

“Éramos una comunidad pequeña, del 80 para acá se empezó a poblar, antes había que caminar mucho para encontrar una casa”, relata en español con un marcado acento anglosajón que delata la preeminencia de la lengua de William Shakespeare.

“Violencia casi no tenemos, tengo 48 años nací y crecí aquí, violencia nunca, porque todos somos familia y nos conocemos. Por eso nunca tenemos cosas así”. En ese momento se le acerca un varón que aparenta unas tres décadas de edad, le toca la espalda y se termina la amena conversación con apretón de manos. Luego se largan y confunden entre la multitud que se ha dado cita en la parte más poblada de la isla, a pocos metros de la playa celebrando la llegada de la electricidad.

Persiste el protestantismo como religión, hasta hace poco no había presencia estatal y la mayoría de los vecinos son parientes, otro rasgo común es que el lazo consanguíneo está asociado al respeto o saludo entre ellos. En este islote funcionan cuatro iglesias evangélicas de distintas denominaciones entre ellas: la pentecostal, iglesia de Dios, metodista y adventista.

Un pescador prepara su embarcación aprovechando que el mar está “picado” y no hay formas de salir a pescar, después de un mes de espera por mejor clima.

ENTRE LA PESCA Y DEVOCIÓN

Elberth Rich es pastor de uno de estos centros cristianos y se siente feliz al narrar cómo los domingos las iglesias se convierten en un centro de devoción preferido para personas de todas las edades.

“De 9 a 11 de la mañana vienen los chevines (niños), por la tarde es para adultos. Casi toda la gente conoce las iglesias. Toda la familia está conectada con la iglesia. De aquí solo una persona está en el mamo”.

Luego cuenta en tono bajo y denotando sentimientos de vergüenza que hace unos diez años dos jóvenes entablaron una disputa con la “sangre caliente”, uno fue víctima, el otro es la única persona de esta comunidad que guarda prisión en tierra firme.

Antes la presencia del Estado era inexistente, hoy día es mínima y se circunscribe al pago de dos o tres maestros. Hasta la semana anterior vivían sin acceso a electricidad, la semana pasada, la Roatán Electric Company (RECO) habilitó la energía por medio de cuatro kilómetros de cableado submarino con fibra óptica para la inversión en desarrollos turísticos e inmobiliarios.

Adultos y niños fraternizan en la tranquilidad sin faltar la camaradería de espaldas al mar en la Isla de Santa Elena.

La isla está protegida por obstáculos naturales, que han permitido a los vecinos atesorar valores y conservar costumbres ancestrales; las embravecidas aguas del Caribe son una barrera disuasiva, desde lejos no despierta mucho interés, a menos que se trate de un aventurero.

Es un cayo del archipiélago de las Islas de la Bahía, los visitantes lo conocen como Santa Elena, los pobladores cuando se refieren a su comunidad hacen hincapié en acentuar la descendencia inglesa llamando a este peñasco como “Saint Helen Island”.

La gente vive en armonía, los hombres se dedican prácticamente solo a la pesca artesanal, muy pocos se atreven en trabajos temporales en la construcción en Roatán o Barbaretta.

Solo hay un jardín escolar y un centro de educación básica llamado “Francisco Morazán”. Los maestros son de la comunidad y enseñan en dos idiomas; inglés y español, la educación corre por cuenta de la junta de ancianos.

Los más pequeños aprenden de los adultos a compartir la merienda mientras corretean por los alrededores del poblado.

LA FELICIDAD DEPENDE DE POCO

Lindom Martínez es uno de los mentores que nació para quedarse en Santa Elena, porque también se dedica a la pesca, conoce tierra firme ya que su abuelo paterno era de Olanchito, Yoro, lugar de donde proviene su apellido.

“No hay incidentes, aquí los niños son respetuosos con los maestros. No hay niños malcriados”. A la par de él está Peter Bodden que en pocas palabras resume por qué la vida es tan apacible en Saint Helen. “No tememos mucho, pero vivimos bien”, afirma.

La isla está a una media hora en yate desde el municipio de José Santos Guardiola en el extremo más al este de Roatán.

La gente tiene un vínculo fuerte con el mar, pese a que las condiciones climáticas son cambiantes, de un momento a otro el mar se pica, las olas pueden hacer naufragar embarcaciones ligeras en un día menos pensado.

Al terminar la inauguración un grupo de niños se hizo cargo de la basura hasta dejar limpio el lugar donde se reunió la comunidad a celebrar con alimentos a base de yuca.

Al conversar la gente todavía se ve a los ojos, es raro ver entre sus pobladores “smartphone”, con mucha dificultad entra la señal de una operadora móvil desde tierra continental.

La llegada de la energía eléctrica representa un cambio de vida para esta comunidad de pescadores cristianos y apacibles familias. Ya no se alumbrarán más con aceite de coco o queroseno, pero temen perder esta tranquilidad y seguridad.

El “desarrollo” toca las puertas de esta isla virgen, detrás de la energía vienen desarrollos turísticos, se aproxima la apertura de un muelle de mediano calado, la obra está avanzada en un 60 por ciento. Esto asegurará el arribo de inversión turística, según proyectó el director de la Zona Libre, Evans McNab.

No todo es “color de rosa”, los pescadores se quejan que por culpa de una veda, no pueden faenar todo el tiempo, lo que les complica la existencia ya que la pesca es la única fuente de ingresos.

También hay otros problemas como el narcotráfico que, años atrás puso en alarma a la población, con la narcoactividad llegó la vigilancia militar que contrasta con la tranquilidad de los aldeanos que saludan con un choque de puños a extraños.

Fuente: La Tribuna

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