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Olancho, una mirada a sus municipios emblemáticos

Tegucigalpa, Honduras 04 febrero 2019

Olancho, es un término que nos remite a raíces indígenas, pero su amplio territorio constituye un legado histórico cultural impresionante y que por razones diversas está inmerso en el imaginario hondureño.

Restos arqueológicos precolombinos como Talgua, ahora nos permiten nuevas interpretaciones sobre la presencia temprana de grupos humanos, selváticos o sedentarios en el país. Las referencias de ocupación poblacional del territorio en mención, durante la época colonial son abundantes, ahí destacaron poblados como Manto, Juticalpa, Catacamas, Guata, Yocón, y otros sitios ahora solo descritos como pueblos viejos.

Se sabe de la participación de los olanchanos en el agitado período, de la independencia patria, al igual que en las múltiples guerras civiles durante las primeras décadas del siglo pasado, sin olvidar las trágicas y prolongadas vendetas familiares, tan absurdas que en nada abonaron al bienestar de sus pobladores.

Decir Olancho es refrescar la memoria con los valientes episodios de Cinchonero, las propuestas intelectuales no menos patrióticas de José Antonio Domínguez, Froylán Turcios, Alfonso Guillén Zelaya, Salatiel Rosales, José Paula y Flores, Medardo Mejía, Federico Peck Fernández, Clementina Suárez y José A. Sarmiento, para mencionar algunos. En fechas cercanas varios intelectuales siguen destacado en los campos de la ciencia, las artes, la literatura e incluso a nivel deportivo.

Quizás por el encanto de sus extensos valles, drenados a su vez por ríos ruidosos como El Patuca, El Wampu, Guayambre y El Guayape, entre otros, más de alguna vez se han utilizado adjetivos incorrectos, para destacar la extensión de sus valles, como “pampas olanchanas”. El estar repitiendo conceptos erróneos desde la escuela básica a nivel geográfico, solo contribuye a fortalecer falacias. La pampa tiene características totalmente distintas y se encuentran en lejanas latitudes, lo que tiene Olancho, son importantes recursos naturales, que bien podrían convertirse en el eje de desarrollo agrícola-ganadero del país.

Aún nos quedan en el extenso departamento de Olancho, frondosos bosques primarios, maderas preciosas, raudales cristalinos, riquezas minerales, y reservas como el Parque Nacional Patuca, La Muralla y la extensa Sierra de Agalta, sin embargo hacen falta iniciativas para que el olanchano no solo disfrute, sino que se convierta en vigilante de sus recursos, en administrador de sus bienes, con la esperanza de que pronto esos espacios sean sinónimo de calidad de vida.

Manto; su legado

Figura desde temprano como uno de los pueblos más antiguos de Honduras y se menciona en las campañas de colonización entre el siglo XVI y XVIII, respectivamente. El maestro Mario R. Argueta, nos ilustra ” Francisco Godoy tenía 20 indios tributarios en Manto Calona. (Calona, dicen era un caserio próximo al actual municipio y según notas del investigador Heriberto Rodríguez, en el sitio en mención se han encontrado vestigios de un asentamiento indígena y restos de minas abandonadas. Por su transcendencia, Manto se convirtió en la cabecera del Partido de Olancho, hasta los graves incidentes, durante el gobierno de José María Medina. La fuerza con que se apaciguaron los levantamientos de Olancho por parte de las autoridades centrales, siempre fue desmedida, sin embargo estos pueblos, ofrecieron importante resistencia. Mucho significado tiene para la historia patria, la gesta de Serapio Romero, conocido como Cinchonero, oriundo de la aldea de La Carta, en el municipio de San Juan de Guarizama. Creo que a la fecha en Olancho ya debería de aparecer Cinchonero en algún colorido mural, busto o como mínimo en una bien lograda biografía.

El casco urbano del municipio de Manto, visto desde el Cerrito de La Cruz, se extiende sobre una extensa rivera que forma el río del mismo nombre. Su trazo urbano difiere de otros pueblos de impronta española, ya que su plaza central que incluye un busto de Medardo Mejía, está a un costado de la iglesia colonial y el palacio municipal se encuentra en otro extremo.

De referencia obligada se ha convertido la “Casa Güell”. El historiador Ayes Rojas dice “en el poblado de Manto hacia 1750 se construyó una casa, cuyo propietario fue el conde Francisco Bertrand de origen catalán. Por sus características se trata de un edificio colonial, quizás una de las más elegantes construcciones realizadas en Honduras a lo largo del siglo XVIII. Se le conoce como “Casa Güell” y perteneció a Irene Güell, que la heredó de su esposo el catalán Juan Villardebó. Revelador es el hecho, que por la incidencia de la mencionada familia con varios expresidentes de Honduras, ya que a pesar de que el pueblo de Manto fue incendiado en 1865, el edificio en referencia no sufrió daños. Actualmente se han hecho ciertos esfuerzos en restaurar dicho edificio, que esperamos no termine en ruinas abandonadas.

Las calles de Manto son angostas, algunas forman zaguanes, exceptuando la calle del comercio que con forma caprichosa de zeta invertida atraviesa la población. Pocas calles, conservan el empedrado de antaño. La iglesia de Manto, a pesar de sus remodelaciones, no siempre las más indicadas, conserva en su interior una serie de reliquias de importancia, como la escultura de El Señor de la Agonía, que bien podrían formar parte de un museo de la escultura religiosa en el país, que lamentablemente no existe. En Honduras los robos a las iglesias son frecuentes, sin embargo las autoridades, se limitan siempre a informar únicamente sobre los listados de piezas perdidas.

Juticalpa. Ocupa la parte norte del extenso valle del Guayape. Su centro urbano se localiza sobre una planicie ligeramente inclinada, condición que es más visible conforme la ciudad se aproxima a los cerros de escasa vegetación, correspondientes a un ramal de la extensa Sierra de Agalta.

Los orígenes de la ciudad en referencia se pierden en la historia, salvo algunas descripciones serias toman importancia, como la que se menciona a Juticalpa tierra repartida del siglo XVI, citado por el connotado investigador Mario R. Argueta. “El pueblo de Yndios de Xuticalpa, aparece como encomienda a cargo de Alonso de Cáceres y tiene veinte tributarios, vinculados a San Jorge de Olancho.” 2

La ciudad de Juticalpa, sigue un trazo irregular, donde destacan la catedral dedicada a la Inmaculada Concepción, edificio elegante y con una serie de campanas fundidas a mediados del siglo XIX, y aún conservan el antiguo reloj, especial regalo del catalán Juan Villardebó…. la casa Siercke como referente de emigrantes alemanes, llegados a inicios del siglo XX. En su elegante palacio municipal, se distinguen amplios corredores, sin embargo su archivo histórico luce de manera ingrata con aspecto de bodega. Similar condición me han informado, atraviesa la Biblioteca Municipal Froylán Turcios, proyecto que se inició con mucho entusiasmo a mediados de los años setentas y fue referente para varias generaciones. Es de considerar que una ciudad como Juticalpa se merece productos culturales distinguidos, inicialmente como cabecera departamental y luego por la serie de destacado intelectuales olanchanos, que le han dado vida a Honduras.

Años atrás se remozó en Juticalpa su parque Central, dedicado al maestro Francisco Paula y Flores, ahora luce atractivo y retoma vida con una serie de actividades, con mayor incidencia los fines de semana.

Nuestro reconocimiento a los miembros de la Sociedad Cultural de Juticalpa, quienes desde 1989 lograron instalar en el edificio Siercke, la Casa de la Cultura. Ahí funciona la Biblioteca Clementina Suárez y se conservan objetos valiosos relacionados con la escritora. Un Museo Regional en esas instalaciones, es tarea pendiente, lamentablemente esa magnífica idea no ha podido cuajar, a pesar de que muchos olanchanos, se siguen distinguiendo en puestos relevantes del engranaje nacional.

Con el devenir de los años, la ciudad de Juticalpa, ha experimentado cambios, nuevos barrios y zonas residenciales, sin embargo no se ha resuelto el impasse del comercio ambulante excesivo, convirtiendo algunas arterias como la continuidad de un inmenso mercado, bullanguero, poco atractivo y lejos de convertirse en lugares atractivos. No se debe descuidar la exquisita gastronomía local, tampoco ignorar la actividad turística como fuente de convivencia.

La mayoría de descripciones de inicios del siglo XX, en torno a Juticalpa, describen una ciudad apacible, con elegantes construcciones de amplios corredores e incluso zaguanes que conectaban patios interiores. De esas descripciones solo nos quedan fotografías, y la nostalgia de que “pudimos haber llegado más lejos”, parafraseando al destacado narrador Jorge Medina.

Sería oportuno que el comité cultural de la ciudad u otra organización, elaboraran una guía histórica, contada desde la historia local, rememorando episodios trascendentes para Juticalpa, o describiendo edificios vinculantes a figuras memorables. Es correcto desinstalar del imaginario hondureño, esas falsas ideas de la violencia generalizada en Olancho, sus gentes, su entusiasmo, su talento y sus recursos son más que lo anterior. Comparto los criterios del maestro José A. Sarmiento cuando decía “los olanchanos no somos diferentes a los demás hondureños, somos especiales por nuestro carácter localista; cuando alguien nos pregunta que de donde somos; no respondemos diciendo soy de Silca, o de Salamá, o nací en Guarizama, sino que levantando la voz, decimos; soy de Olancho, acentuando el silbido de la s para demostrar nuestro orgullo y amor a nuestra tierra_ esta disimulada altivez ha llevado a la creencia que en el fondo queremos ser una “República Libre de Olancho”; falsedad inventada, desde afuera, para hacer
nos aparecer como separatistas; cuando jamás, en nuestra historia, hemos dejado de venerar nuestra bandera, cantar el himno, respetar las leyes nacionales, y sobre todas las cosas nunca, hemos abdicado en nuestro patriotismo de hondureños. 3

Faltan estudios lingüísticos en el país, por ello desconocemos el significado de términos sonoros; como Chindona, Jicalaca, Pacura, Gualaco, Capapán, Talgua, Mamisaca, Patuca, La Puzunga, Panuaya, Guata, Jano, Esquilinchunche, Arimís, Zopilotepe, Punuare, Jutiquile, Lepaguare, Guazamaya, Yocón, Yaguala, Silca, Conquire, El Cuabano, digo solo para recordar algunos.

Catacamas, sin duda es otro nombre indígena y se menciona desde 1582, cuando aparece entregada como encomienda a Isabel Becerra, con treinta indios tributarios, según la relación de Contreras de Guevara. Casi al finalizar el siglo XIX, el Padre Antonio Ramón Vallejo, sostiene “nada se sabe acerca de la fundación de este pueblo; pero juzgamos que es muy antiguo, porque en 1770 ya tenía ejidos”.4 Resulta interesante saber que para el año de 1898, ya tenía el título de ciudad. Sus ferias de octubre en honor al patrón San Francisco son muy renombradas desde tiempos inmemorables.

Catacamas, es el segundo municipio en extensión en Honduras, superada por Puerto Lempira, en Gracias a Dios. Su casco urbano, se expande sobre una planicie, al pie de la emblemática montaña de Piedra Blanca, que por cierto le otorgaron desde 1989, la categoría estatal de Reserva Biológica, pese a ello pocos olanchanos han tenido la oportunidad de subir y contemplar su belleza.

Las calles de Catacamas, siguen un diseño regular, sin embargo en los últimos años por su crecimiento poblacional han sufrido alteraciones. Da mucho pesar como las autoridades locales y sociedad civil, dejaron perder gran parte del casco histórico que era digno de conservarse.

Aún seguimos preguntándonos cómo es posible que las autoridades, no hayan aprovechado la trascendencia de un sitio como el reciente ampliado Parque Ecoarqueológico de Talgua, para insertar la ciudad como destino turístico, a sabiendas de las potencialidades con que cuenta el departamento.

Varios edificios de finales del siglo XIX, fueron remodelados sin seguir criterios de conservación. El viejo cementerio se cae en pedazos y los esfuerzos del Instituto Hondureño de Antropología e Historia, aún no son suficientes sin la participación de los vecinos de la ciudad, para restaurar y difundir lo poco que queda. Nada se sabe de la tumba del insigne poeta José Antonio Domínguez,5 que lo más seguro es que sus restos hayan sido removidos mientras ampliaban la calle próxima al viejo cementerio. Quizás no se enteraron que los retos del autor del extenso poema del denominado “himno a la materia”, podría ser un lugar de referencia para los estudiosos de las letras hondureñas.

Seguimos reclamando un plan de ordenamiento territorial para nuestras ciudades, tanto como esas iniciativas que permitan valorar a personajes locales, nacionales o no, destacados pero ausentes de la historia oficial, con la displicencia acostumbrada.

San Francisco de La Paz

Los informantes locales sostienen que el nombre inicial de este término municipal fue Achuluapa, y que en lengua indígena significa “renacuajo”. Destaca la descripción del Padre Antonio Ramón Vallejo que para 1889 sostiene “pueblo situado en una hermosa localidad, a 8 leguas de la cabecera departamental, en la extremidad oriental del valle del mismo nombre, que anteriormente se conocía con la denominación de Sapota, por la gran abundancia de árboles de sapotes que producen los terrenos.

El casco urbano de San Francisco de La Paz, ha mejorado, sus calles céntricas ahora están pavimentadas, su plaza principal totalmente renovada, y aún se conservan importantes edificios, sobre todo su iglesia y su antiguo palacio municipal. Su actividad productiva es importante y destacan los rubros del comercio, ganadería y agricultura.

De mucha trascendencia para la historia de Honduras, es el evento que está vinculado a la figura del paladín centroamericano, Francisco Morazán, y que acaeció en las cercanías del municipio, evento conocido como la Capitulación de Las Vueltas del Ocote, en la aldea del mismo nombre a inicios de 1830.

Las autoridades del municipio, bien podrían convertir el sitio, en algo más atractivo y dotarle incluso de infraestructura que permita generar sentido de pertenencia, en un ambiente, académico, didáctico y con las condiciones apropiadas de seguridad.

Es importante mencionar que en las cercanías del casco urbano del municipio de San Francisco de La Paz, existen restos arqueológicos, cuevas, ríos, más una serie de interesantes elevaciones, justo para divisar incluso a los meandros del río Telica y pueblos vecinos. Ojala que pronto el municipio no siga padeciendo los serios conflictos por la falta de agua potable, a pesar que los recursos hídricos en dicha región son abundantes.

Campamento, luce mejor

Al ver el devenir del casco urbano de Campamento, en las últimas décadas, es fácil deducir que el mismo haya alcanzado importante niveles de crecimiento, tal como se puede ver en los informes de movimientos comerciales, producción e incluso infraestructura.

Campamento que sin duda es un municipio reciente si se compara con los antiguos pueblos de Olancho, apenas tiene registros a partir de 1906, como lo constató el historiador Heriberto Rodríguez.6 (…), dicen que se originó debido a la posición geográfica como puerta de entrada y salida de Olancho. Cuando las rebeliones de 1829 su territorio se empezó a utilizar como campamento militar. El destacado padre Vallejo, en su ya mencionado Anuario Estadístico de 1989, le insertó como un pueblo, con algunas ventajas e incluso hizo énfasis en las tierras propias para la cría del ganado.

Campamento, en la actualidad experimenta cambios importantes, sus edificios públicos incluyendo su parque Central dedicado a Froylán Turcios, resulta atractivo y sin duda ya su colorido casco urbano, se ha convertido en una propuesta turística. Su feria en honor a Santa Ana de la Virtud, despierta mucha participación de peregrinos y comerciantes. Algunos llegan incluso de varios pueblos vecinos de Francisco Morazán, como Talanga y Guaimaca. Muchas responsabilidades tienen los habitantes de Campamento, para seguir disfrutando de los verdes pinares que circundan el municipio. Implementar o darle seguimientos a planes de manejo y reforestación deberían ser parte de las leyes de inversión de nuestros municipios.

Gualaco y sus avances

Ocupa un área considerable del extenso valle de Agalta. Su trazo urbano no sigue las normas establecidas del típico pueblo de arraigo colonial, su iglesia y su municipalidad, en vez de estar a los costados del Parque Central, estos edificios se encuentran en el mismo lateral.

La mayoría de sus calles son amplias y aún se conservan casas con elementos propios de la arquitectura tradicional hondureña, altas paredes, entejados a dos aguas, pisos de ladrillos, amplios ventanales, como siguiendo lineamientos para contrastar las altas temperaturas propias del valle.

Las referencias iniciales sobre Gualaco, datan de 1582, y su nombre figura como pueblo en jurisdicción de extinta población de San Jorge de Olancho. El documento le describe como una encomienda de Francisco de Oluera con 50 indios tributarios. Es de suponer que Gualaco, ya existía antes del proceso de conquista. Linda Newson, brinda importantes comentarios sobre las misiones en la Sierra de Agalta en pleno siglo XVII, pero no menciona dicha fundación.

Gualaco, constituye una importante plaza comercial para la economía del departamento. Su actividad agrícola y ganadera es considerable, está ultima favorece incluso la exportación. La explotación forestal es evidente, más por el franco deterioro de sus bosques aledaños, que por el beneficio a sus pobladores.

Las cuevas del río Susmay

Se dos kilómetros del centro urbano de Gualaco se encuentran las cuevas de Susmay, y el colega Juan Blas Gáleas, comenta “El río Susmay es famoso porque después de recorrer parte de la sierra de Agalta donde tiene su nacimiento, se profundiza cruzando la montaña en forma subterránea, hasta emerger en el caserio de Joya Grande, formando en su trayecto una serie de cuevas legendarias.

Fuente: La Tribuna

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