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José, el violinista del tráfico capitalino: “no canto por dinero”

11.10.2025

En las esquinas más transitadas de la capital, donde el ruido del tráfico se mezcla con el apuro cotidiano, una figura llama la atención, no por el volumen de su música, sino por la serenidad con que ejecuta cada nota. Es José, un violinista empírico y que se ha vuelto parte del paisaje urbano sin que muchos se detengan a escucharlo. Lo suyo no es espectáculo. No hay bocinas ni micrófonos. Solo un violín gastado, un estuche abierto para las monedas y una fe inquebrantable. “Yo no canto por dinero, canto por amor a Dios”, dice con voz suave, confundido entre el caos del semáforo del City Mall. José es originario de Danlí y aprendió a tocar el violín por su cuenta, sin maestros ni partituras. Su música nace del alma y se lanza al viento de la ciudad sin esperar ovaciones. Algunos lo miran con indiferencia, otros, quizás conmovidos o simplemente por costumbre, depositan unas monedas en su pequeño recipiente, pero él sigue tocando imperturbable bajo el sol inclemente o la amenaza de la lluvia. Un día está aquí, otro en una parada solitaria. Y allí sigue, tocando como sin que el mundo lo escuchara, como si su música pudiera transformar un poco del caos que lo rodea. Para José, cada nota es una oración. No importa si nadie aplaude. Él está convencido de que alguien lo escucha allá arriba, y de que su violín, aunque ignorado por la mayoría, lleva un mensaje de esperanza. “Uno toca para que haya paz”, murmura, mientras su arco vuelve a deslizarse con suavidad. Quizás, en una ciudad donde todo va tan rápido, detenerse a escuchar a José sea también una forma de reconciliarse con lo humano, con lo sencillo, con lo que aún suena a fe.

–Los músicos tienen fama de enamorados, ¿es su caso?
Algunos. Yo ando en los caminos del Señor y me aparté del mundo, además, soy casado.

-¿De dónde es originario?
Yo nací en la aldea Los Bordos, Danlí y me crecí “chapiando” milpas, potreros, cafetales, hasta que me vine en el 98 a la capital. Llegué donde una tía y así fui quedando.

-¿Por qué se vino?
Es que allá los salarios son baratos y me vine a Tegucigalpa a trabajar de ayudante de albañil, como 14 años trabajé así, hasta que me caí de una parte alta y me golpeé la columna, estuve como 15 días mal, pero ya no volví, y como ya conocía un poco de tocar los instrumentos me dediqué a la “musiqueada”.

Fuente: latribuna.hn

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