En la histórica plaza de San Nicolás, en el oeste de Honduras, se alza un centenario Anacahuite que se ha convertido en un emblema del municipio y un punto de encuentro para generaciones de habitantes. Con sus ramas extendiéndose majestuosa y generosamente, este árbol se ha mantenido como un testigo mudo de la vida y el devenir de San Nicolás.
El historiador Rubén Darío Paz describe al Anacahuite como un «símbolo» que ha presenciado eventos cruciales, como tomas de posesión de alcaldes, bodas, conciertos, y jornadas sobre poesía, consolidando su rol como parte integral de la identidad local. La incertidumbre sobre su fecha de siembra no disminuye su significado; mientras algunos afirman que fue plantado en 1912, otros indican 1928. Lo que sí es claro es que este árbol ha marcado generaciones, reflejando la historia de San Nicolás, un pueblo fundado en el siglo XIX.
El Anacahuite, cuyo nombre proviene de un vocablo indígena que significa «árbol de la lluvia», puede vivir hasta 130 años. Según Edas Pineda, oficial del área de Turismo de la Municipalidad, aunque no se ha confirmado la fecha exacta de su plantación, su longevidad asegura que seguirá siendo un refugio y un punto de encuentro para las futuras generaciones. En 2004, el Anacahuite fue declarado «Patrimonio Municipal», reconociendo su importancia cultural y ambiental.
Giovanni Aguilera, agricultor y vecino de San Nicolás, rememora bajo su sombra concentraciones políticas, festivales y eventos, reafirmando que este árbol no solo es un testigo de la historia, sino también un legado que une a todos en el municipio. Con sus ciclos anuales de pérdida y renacimiento, el Anacahuite sigue siendo un símbolo de la conexión entre el pasado, el presente y el futuro de San Nicolás.
Fuente: Diario Roatán