Tegucigalpa,Honduras lunes 02 enero 2023

Vaya año. 2022 estaba llamado a ser, aparentemente, el de la recuperación y el regreso de la normalidad. Las altas tasas de vacunación y la llegada a comienzos de año de la variante ómicron, más leve, permitieron que el mundo rico le perdiera el miedo al coronavirus, cierto es, y la pandemia pronto pareció acabada en muchos países. Pero pocos imaginaronque el planeta se abocaba a otra tragedia de impacto global que volvería a teñir de incertidumbre y amenaza el futuro de muchos países. El 24 de febrero, tras semanas de rumores y tensión, Ucrania ardía en llamas y el ejército ruso se disponía a tomar Kiev en una operación especial de tres días que diez meses después aún está lejos de ver su final.
Pronto se desató una crisis energética, inflacionaria y alimentaria que encadenó directamente con la de suministros, aquella a la que dio lugar la recuperación desigual de la pandemia. Entre los principales eventos del año, por tanto, figuran hitos relacionados con la guerra como la escalada de los tipos de interés, el nuevo récord en el índice del precio de los alimentos que anunció la FAO en abril o la movilización militar parcial —inédita desde la II Guerra Mundial— que decretó Vladimir Putin tras el éxito de la contraofensiva ucraniana en septiembre.
Pero 2022 también ha traído otras noticias alejadas del conflicto en Ucrania, aunque también de mucha importancia para la política internacional. En Estados Unidos, la Corte Suprema anuló a mediados de año la sentencia de Roe contra Wade y el aborto dejó de ser considerado un derecho constitucional en la potencia norteamericana. Pese a esto, hasta nueve estados han bloqueado desde entonces las leyes que prohíben la interrupción voluntaria del embarazo y los que la permiten siguen superando a los que no.
En Francia, Emmanuel Macron consiguió asegurarse un segundo mandato e impidió que la extrema derecha de Marine Le Pen llegara a la presidencia. Distinta suerte ha tenido Italia, donde la posfascista Georgia Meloni logró imponerse en las elecciones y formar Gobierno, aunque la presión económica y comunitaria está condicionando las expectativas ultras en el país. En el Reino Unido, por su parte, donde ya cuentan tres primeros ministros en lo que va de año, tanto laboristas como conservadores siguen tratando de descifrar el enorme quebradero de cabeza que aún genera el brexit en el país, que este año también ha llorado la muerte de Isabel II tras 70 años de reinado.
América Latina sigue avanzando por su propio camino, no sin dificultades. El ultraderechista Jair Bolsonaro ya no ocupa las instituciones brasileñas y ha surgido, tras las victorias de Gabriel Boric en Chile y Gustavo Petro en Colombia, una nueva ola izquierdista que busca alejarse de los postulados bolivarianos, pero la inestabilidad y la corrupción continúan enquistadas en la región. El año cierra de hecho con un intento de autogolpe de Pedro Castillo en Perú, donde la normalidad democrática sigue sin vislumbrarse.
En Asia-Pacífico, China ha acaparado todos los focos tras la reelección de Xi Jinping como secretario general del Partido Comunista Chino, donde el líder parece cada vez más dispuesto a perpetuarse en el poder. La tensión con Taiwán, redoblada tras la visita de Nancy Pelosi en agosto, y el fracaso de la política de covid cero, son otros de los eventos que han sobresalido durante este año en la potencia asiática, solo eclipsados por el asesinato en Japón del antiguo primer ministro Shinzō Abe, víctima de un magnicidio.
2019 pasó a la historia por las innumerables protestas que se sucedieron en todo el mundo, pero la pandemia frenó en seco ese despertar popular. 2022 ha sido también el año en el que la gente ha vuelto a echarse a la calle, motivada por la relajación de las restricciones sanitarias pero también por la crisis energética y económica. Los ciudadanos de Kazajistán, Sri Lanka, Irán o China, países que adolecen líderes autoritarios y represivos, han liderado esa nueva corriente de indignación. El contraste lo ha puesto el Mundial de fútbol celebrado en Catar, un evento multitudinario que ha servido para normalizar y ocultar la corrupción y falta de libertades que se vive en la monarquía del golfo Pérsico.
Fuente: La Tribuna
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