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Don Toño “enamora” a la vida, al cumplir 100 años con salud y amor

Tegucigalpa,Honduras miércoles 18 Mayo 2022

La memoria del “catracho”, Antonio Zelaya Sierra, a sus 100 años de edad, es una fascinante máquina del tiempo… Quienes conversan con él, de inmediato se transportan a la Honduras de las primeras décadas del siglo XX, tiempos maravillosos en los que el calor familiar y las notas de una guitarra eran suficientes para ser feliz.

Nació el 10 de mayo de 1921, en la zona fresca y boscosa de El Hatillo, Distrito Central, y creció contento junto a sus hermanos, endulzando la pobreza con la caña de azúcar que su padre cultivaba en la zona.

Don Antonio recuerda que “solo teníamos una mudada, no teníamos zapatos y muchas veces no había qué comer”.

“Nuestras cenas eran masticar la caña que cultivaba mi padre, cuando le daban alguna parcela de tierra para cultivar”, comenta el longevo hondureño

Aunque sus padres cuidaban lujosas casonas de El Hatillo, no tenían una casa propia, hasta que “con los años le regalaron a mis padres un terreno en la aldea Las Pilitas”, a 4 kilómetros de El Hatillo.

En sus tiempos de juventud formó el Trío Hibueras, con sus amigos guitarristas, Luis García y Augusto Ramos.

LOS PRIMEROS ZAPATOS

La adolescencia de don Antonio transcurrió en los años 30, durante el gobierno de Tiburcio Carías Andino, época en la que surgieron las primeras radioemisoras en el país, entre estas HRN, que salió al aire en 1933, en donde años más tarde daría a conocer su talento para la música.

Expresa que “me calcé entre los 11 y 12 años, un amigo que trabajé para él, que se llamaba Felipe Lanza, me dijo: te voy a ir ahorrando poco a poco del pago para que comprés zapatos, en esa época estaban de moda unos que se llamaban mocasines, que costaban cinco búfalos…”.

Los búfalos que menciona el entrevistado eran las monedas plateadas de 10 centavos que los hondureños de la época relacionaban con las de cinco centavos estadounidenses, que en una de sus caras tenían un búfalo y que fueron traídas al país por las compañías bananeras

“Era tanta la alegría, que cuando los compré me los puse inmediatamente y me pelaron, me hicieron llagas, así que me los quité, me los puse en el hombro y me fui a chuña”, relata con una carcajada.

El músico, en su juventud.

AMISTADES “DE ORO”

Estudió en la Escuela Manuel Bonilla de su comunidad y cursó hasta el tercer grado, lo que, según dice, “vendría siendo como toda la primaria y quién sabe si más, los maestros de antes amaban su profesión y enseñaban para la vida”.

Desde ese entonces, la música corría por las venas del “cipote”, quien le ponía “sabor” a los actos cívicos cantando boleros de la época.

“Yo siempre participaba en los actos de la escuela, la profesora siempre me decía: ¡Vaya Toñito, cante una canción”, cuenta con nostalgia.

Si bien, la pobreza le negó lujos, a su vez le permitió descubrir el tesoro de la amistad.

“Siempre hay gente buena y yo estoy muy agradecido con el señor Jesús Lanza y su madre, Dominga Valladares, en sí con toda la familia Lanza quienes me hicieron parte de la familia y me apoyaron bastante”, manifiesta el “catracho”.

“Apenas llegaba, doña Minga decía: ¡Pónganle de comer a Toño, que es como de la familia! Así me llevé con sus hijos Salvadora, Laura, Fausto, Francisco, Jesús y Concepción Lanza”.

Don Antonio no olvida la exquisita sazón de la comida de doña Minga, pero tampoco la vez en que su amigo Fausto quiso enseñarle el “salto de tijera”, para que aprendiera a montar caballo.

“Consistía poner las manos en el lomo del caballo y saltar, cayendo ensartado en el caballo… ¡Semejante cachimbazo que me pegué! y me pelé la espalda y las rodillas”, detalla entre carcajadas.

Fuente: La Tribuna

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