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Dos años y seis olas sin contagiarse, ¿existen personas inmunes con un escudo natural contra la COVID-19?

Mutaciones genéticas pueden conferir inmunidad frente al SARS-CoV-2.

 

Después de más de dos años de pandemia, seis olas y 11,7 millones de casos oficiales, una gran parte de la población española aún no sabe lo que es contagiarse por el SARS-CoV-2, ni siquiera con la variante ómicron. Al menos eso creen, ya que muchos habrán pasado la enfermedad de manera asintomática. Sin embargo, hay otros que han estado expuestos al virus reiteradamente y nunca se han contagiado. Son los inmunes, esas personas que parecen contar con un escudo natural contra la enfermedad. En ellos, la ciencia busca respuestas que puedan ayudar a mejorar la prevención y el tratamiento para la COVID-19.

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«No es una novedad que haya personas que sean resistentes a las infecciones, es algo que hemos visto en muchas enfermedades contagiosas», explica a RTVE.es Javier Martínez-Picado, profesor de Investigación ICREA en IrsiCaixa, quien también colabora con COVID Human Genetic Effort (COVIDHGE), un consorcio que investiga variaciones genéticas que puedan explicar por qué algunas personas no contraen la COVID-19.

El equipo de COVIDHGE está integrado por científicos de diez países, y analiza las características genéticas de individuos que han estado muy expuestos al virus pero no se han contagiado, como trabajadores sanitarios o personas que han convivido con infectados. La principal hipótesis es que algunas de estas personas pueden tener una mutación genética que les confiere inmunidad frente al SARS-CoV-2. Su misión es descifrar el mecanismo celular que les dota de esa aparente resistencia, para secuenciar su genoma y poder desarrollar medicamentos contra la COVID-19.

Martínez-Picado expone, de una manera muy sencilla, cómo esas alteraciones en el ADN pueden convertirse en una barrera protectora para sus portadores: «Los virus son parásitos, y para poder multiplicarse lo que hacen es entrar en las células y secuestrar una serie de proteínas que a ellos les hacen falta para esa multiplicación. Si por casualidad alguien carece de una de esas proteínas, los virus no se van a poder replicar, y por tanto esas personas se convierten en refractarias o resistentes a la infección».

Este inmunólogo e infectólogo está especializado en el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), causante del sida, donde sí que se han podido desentrañar los mecanismos genéticos que confieren inmunidad a determinados individuos, más concretamente una mutación hallada en el gen CCR5. Este descubrimiento ha permitido desarrollar medicamentos como el Maraviroc, o realizar trasplantes de células madre que han curado a algunos pacientes de la infección.

El CCR5 es la puerta de entrada que le permite al virus VIH entrar en las células. En el caso del SARS-CoV-2, el virus causante de la enfermedad COVID-19, también hay una puerta de entrada, que se llama ACE2. El equipo de COVIDHGE estudia si esta proteína contiene alguna variante genética que la haga resistente al contagio, aunque hasta ahora no han encontrado ninguna evidencia al respecto.

Solo un 0,5% de personas realmente inmunes

Los investigadores parten de la premisa de que las personas realmente inmunes a una determinada infección, aunque siempre existen, representan un porcentaje muy pequeño con respecto a la población total, «aproximadamente, entre el 0,5% y el 0,6%». Por ello, además de la genética, hay otras hipótesis que también podrían explicar esta aparente resistencia. Carmen Cámara, secretaria de la Sociedad Española de Inmunología (SEI), considera que la clave, más que en el ADN, podría estar en el sistema inmune. «Es cierto que estas personas pueden tener una alteración genética que ejerce de barrera de entrada, pero lo más probable es que consigan abortar la infección de manera repetida sin disparar la inmunidad adaptativa, bien por inmunidad cruzada, bien porque cuentan con mucha inmunidad innata o bien porque su inmunidad adaptativa tiene un repertorio o características especiales que la hacen muy poderosa, aunque esto último es menos probable», declara a RTVE.es.

La inmunidad innata es, a grandes rasgos, aquella con la que todos los seres humanos nacen y tiende a debilitarse con el paso de los años. Tiene un carácter inespecífico y supone la primera línea de defensa ante los agentes infecciosos. En cambio, la inmunidad adaptativa es más selectiva frente a los patógenos, ya que cuenta con una memoria destinada a prevenir futuras infecciones. La inmunidad adaptativa se divide a su vez en dos: inmunidad celular, basada en células T, e inmunidad humoral, basada en anticuerpos. Finalmente, la inmunidad cruzada es la protección que confiere el haber tenido contacto previo con virus de la misma familia.

«Existe la posibilidad de que estas personas tengan muchas infecciones repetidas abortadas. El virus entra, pero lo echan muy rápido; tan rápido que ni siquiera su inmunidad adaptativa, sus células T, tienen que llegar a participar. Puede ser como los niños, que tienen una inmunidad innata muy potente, y expulsan al virus. Esta inmunidad no reconoce un virus de una bacteria, solo reconoce señales de peligro muy comunes a todos los patógenos», detalla Carmen Cámara. Sin embargo, esta investigadora deja claro que «podría pasar que una persona consiga abortar muchas infecciones, pero eso no la convierte totalmente en inmune».

Los interferones, otra posibilidad

En esta misma línea, Javier Martínez-Picado apunta a otro elemento que podría ser clave en la resistencia a la COVID-19: los interferones, que se generan en la primera fase de la respuesta inmunitaria, la innata. «Personas que tengan sistemas inmunitarios más eficientes van a poder defenderse mejor, sobre todo por una molécula que se llama interferón, que actúa como la primera señal de alarma cuando hay una infección, ya que cuando las células notan que hay un virus, en cuestión de minutos comienzan a liberar interferón para poder bloquearlo. En función de que las personas tengan más o menos capacidad para producir interferón va a condicionar la probabilidad de infección», asegura este inmunólogo.

Así, el consorcio COVID Human Genetic Effort continúa su búsqueda, hasta ahora con poco éxito. «Mi humilde opinión es que, a estas alturas, si hubiese alguna proteína que su ausencia claramente nos protegiera del virus, ya la hubiésemos encontrado. Por tanto, lo que creo es que hay muy pocas personas que sean resistentes a la infección por SARS-CoV-2, y eso hace que sea tan difícil encontrar un factor genético que es protectivo contra la infección», asegura Martínez-Picado, quien se decanta por la opción más simple que explicaría por qué la mayor parte de la población española aún no sabe lo que es contagiarse por el SARS-CoV-2: «Creo que hay mucha gente que no ha estado en contacto con el virus».

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