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Se acerca el evento científico más esperado del siglo, que ha costado 10.000 millones de dólares

Telescopio James Webb levantado por una grúa en el Goddard Space Flight Center (Laura Betz/NASA via AP, File)Telescopio James Webb levantado por una grúa en el Goddard Space Flight Center (Laura Betz/NASA via AP, File)

Nunca se había diseñado un instrumento astronómico tan caro. Hablamos de 10.000 millones de dólares, una cantidad que decuplica los primeros presupuestos de apenas 1.000 millones, calculados hace ya tres décadas. Porque, efectivamente, toda esta historia comienza a finales de los años 80 bajo otro nombre (Telescopio Espacial de Nueva Generación), pero los contratiempos han superado cualquier estimación posible, y la fecha de lanzamiento ha ido reptando a medida que nos acercábamos a ella. La idea era lanzarlo entre 2007 y 2011 pero entre problemas presupuestarios, inquietantes fallos de diseño y la pandemia en la que seguimos inmersos, siempre ha habido un motivo para retrasar el lanzamiento. Ahora, tras tantos años, la promesa del lanzamiento parece más firme que nunca y el 24 de diciembre a las 13:20 (hora española), en apenas unos días, el ya legendario telescopio espacial James Webb debería empezar su viaje Tierra afuera. La pregunta está clara: ¿habrá merecido la pena tanto dinero y tanto tiempo invertido en un telescopio?

La respuesta corta es que sí, pero la larga nos aporta muchísimo más. El telescopio espacial James Webb promete mostrarnos un universo que, hasta ahora, solo hemos intuido. Con él podremos escrutar en el espacio profundo, observando planetas extrasolares, estrellas en formación, galaxias e incluso esas descomunales bestias de energía que conocemos como quásares. Las ventajas claras son dos, por un lado (por comparación) nos ayudará a comprender nuestra propia historia como planeta y sistema solar, entendiendo mejor lo que el futuro nos depara. Por otro lado, la inversión en tecnología espacial se ha probado especialmente rentable gracias a la transferencia tecnológica, por la que los nuevos inventos acaban teniendo usos cotidianos, ya sea en los hospitales, los hogares o la industria. Y este segundo punto tiene truco.

Miedo y expectación

La expectación se ha ido acumulando durante los últimos años, con cada lanzamiento retrasado y cada imagen vertida a los medios. Sin embargo, ahora que el lanzamiento se acerca, todo esto se mezcla con el miedo. El peligro más evidente era que los piratas robaran el telescopio en su camino por mar hasta Guayana, el lugar de lanzamiento. Precisamente por eso se han mantenido los detalles y fechas de este viaje en absoluto secreto. Por lo demás, es cierto que cualquier lanzamiento tiene sus peligros, puede fallar algo y echar a perder la carga, pero en este caso hay una vuelta de tuerca, porque el telescopio espacial James Webb es especial. Supera los 8 metros de altura y su escudo solar tiene la superficie de una cancha de tenis. Para lanzarlo en la cofia de un cohete Ariane 5 ECA ha hecho falta un verdadero trabajo de papiroflexia y desplegar todas sus partes llevará 13 días. Durante ese tiempo, cualquier pequeño fallo puede poner en riesgo a todos los demás, como si fuera un efecto dominó, dejando al telescopio dañado o incluso inservible.

¿Y la recompensa?

A pesar de todo, si el lanzamiento sigue el plan previsto, contaremos con un telescopio de una resolución inaudita. En primer lugar, por encontrarse en el espacio, como el Hubble o el Spitz, evitando por completo las distorsiones de la atmósfera. En segundo lugar, porque está preparado para observar un tipo de luz llamado infrarrojo medio que es, precisamente, la frecuencia en que nos llega el brillo del universo más lejano y, por lo tanto, más antiguo. Finalmente, por el gran tamaño del espejo, de 6 metros y medio de diámetro, compuesto por 18 hexágonos de berilio recubiertos por una pátina de oro de solo 700 átomos de espesor. Frente a él, el Hubble es un juguete con un espejo de 2,5 metros.

Fuente: larazon

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