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EL PRINCIPITO

Tegucigalpa,Honduras viernes 29 octubre 2021

–¡Pero aquí no hay a quien juzgar! –Uno nunca sabe –dijo el rey– . Aún no he visitado todo mi reino, ya soy viejo, el caminar me fatiga y no hay lugar para una carroza. –¡Yo ya he visto! –Dijo el principito que se inclinó para echar una ojeada al otro lado del planeta–. Allá tampoco hay nadie… –Entonces te juzgarás a ti mismo –le respondió el rey– . Es lo más difícil. Es mucho más difícil juzgarse a sí mismo, que juzgar a los otros. Si eres capaz de juzgarte rectamente eres un verdadero sabio. –Eso, uno podría hacerlo en cualquier lugar. No es necesario permanecer aquí. –¡Ejem! Creo –dijo el rey– que hay una rata vieja en alguna parte del planeta; yo la he oído por las noches. Tú podrás juzgarla. La condenarás a muerte de cuando en cuando, su vida dependerá de ti, pero como es la única que existe aquí, debes otorgarle el indulto para poder conservarla. –A mí no me gusta eso de condenar a muerte –dijo el principito–. Es mejor que me retire. –No –dijo el rey.

Pero el principito, que ya había terminado los preparativos del viaje, no quiso disgustar al viejo monarca y dijo: –Si Vuestra Majestad deseara ser obedecido puntualmente, podría dar una orden razonable. Podría ordenarme, por ejemplo, partir antes de un minuto. Me parece que las condiciones son bastante favorables… Como el rey no respondiera nada, el principito, prosiguió su viaje. –¡Entonces te nombro mi embajador! –se apresuró a gritar el rey. Tenía un aire de gran autoridad. “Las personas mayores son muy extrañas”, se decía a sí mismo el principito durante el viaje.

XI

El segundo planeta estaba habitado por un vanidoso: –¡Ah! ¡Ah! ¡He aquí la visita de un admirador! –exclamó el vanidoso en cuanto distinguió al principito. Para los vanidosos todos los otros hombres son admiradores. –¡Buenos días! – Dijo el principito–. ¡Qué sombrero tan raro tiene! –¡Es para corresponder a la aclamación de los demás!, – respondió el vanidoso. Por desgracia nadie pasa por aquí. –¿Cómo? – dijo el principito sin comprender. –Golpea tus manos una contra otra –le aconsejó el vanidoso. El principito aplaudió y el vanidoso saludó levantando su sombrero. “Esto parece más divertido que la visita al rey”, dijo para sí el principito, quien continuó aplaudiendo mientras el vanidoso volvía a saludar quitándose el sombrero, pero después de cinco minutos se cansó de la monotonía del juego. –¿Y qué hay que hacer para que el sombrero caiga? – preguntó el principito, pero el vanidoso no le oyó. Los vanidosos sólo oyen las alabanzas. –Me admiras mucho ¿verdad? –preguntó al principito. –¿Qué significa admirar? – Admirar significa reconocer que yo soy el hombre más bello, mejor vestido, más rico y el más inteligente del planeta. –¡Pero si tú eres la única persona que habita en tu planeta! –¡Dame ese gusto, admírame de todos modos! –¡Bueno! te admiro –dijo el principito encogiéndose de hombros–, pero ¿qué importancia tiene? No sirve para nada. Y el principito partió. “Decididamente, las personas mayores son muy extrañas”, pensaba el principito durante su viaje.

XII

El siguiente planeta estaba habitado por un bebedor. Esta visita, aunque muy corta, sumió al principito en una gran melancolía.

–¿Qué haces ahí? –preguntó al bebedor que estaba sentado en silencio frente a una gran número de botellas vacías y otras tantas llenas. –¡Bebo! –respondió el bebedor con aire sombrío. –¿Por qué bebes? – volvió a preguntar el principito. – Para olvidar.

–¿Para olvidar qué? –investigó el principito sintiendo compasión.

cinco minutos se cansó de la monotonía del juego. –¿Y qué hay que hacer para que el sombrero caiga? – preguntó el principito, pero el vanidoso no le oyó. Los vanidosos sólo oyen las alabanzas. –Me admiras mucho ¿verdad? –preguntó al principito. –¿Qué significa admirar? – Admirar significa reconocer que yo soy el hombre más bello, mejor vestido, más rico y el más inteligente del planeta. –¡Pero si tú eres la única persona que habita en tu planeta! –¡Dame ese gusto, admírame de todos modos! –¡Bueno! te admiro –dijo el principito encogiéndose de hombros–, pero ¿qué importancia tiene? No sirve para nada. Y el principito partió. “Decididamente, las personas mayores son muy extrañas”, pensaba el principito durante su viaje.

XII

El siguiente planeta estaba habitado por un bebedor. Esta visita, aunque muy corta, sumió al principito en una gran melancolía.

–¿Qué haces ahí? –preguntó al bebedor que estaba sentado en silencio frente a una gran número de botellas vacías y otras tantas llenas. –¡Bebo! –respondió el bebedor con aire sombrío. –¿Por qué bebes? – volvió a preguntar el principito. – Para olvidar.

–¿Para olvidar qué? –investigó el principito sintiendo compasión. Para olvidar que siento vergüenza –confesó el bebedor agachando la cabeza. –¿Vergüenza de qué? –volvió a preguntar el principito deseoso de ayudarle. –¡Vergüenza de beber! –concluyó el bebedor, que se encerró definitivamente en el silencio. Y el principito, turbado, se alejó diciendo: “No hay la menor duda: las personas mayores son muy, muy, extrañas”.

XIII

En el cuarto planeta había un hombre de negocios; estaba tan ocupado que ni siquiera levantó la cabeza al ver llegar al principito. –¡Buenos días! –Dijo el principito–. Su cigarro se ha apagado.

–Tres y dos cinco. Cinco y siete doce. Doce y tres quince. ¡Buenos días! Quince y siete veintidós. Veintidós y seis veintiocho… No tengo tiempo para encenderlo nuevamente… …Veintiocho y tres treinta y uno. ¡Uf! Esto suma un total de quinientos un millones seiscientos veintidós mil setecientos treinta y uno. –¿Quinientos millones de qué? –¿Ah, estás ahí todavía? Quinientos millones de… ¡Uf, ya no sé, he trabajado tanto! ¡Yo soy una persona seria y no me recreo con tonterías! …Dos y cinco siete… –¿Quinientos millones de qué? –volvió a preguntar el principito, que nunca había desistido a una pregunta suya. El hombre de negocios levantó la cabeza: –En cincuenta y cuatro años sólo tres veces he sido interrumpido. La primera fue hace veintidós cuando un abejorro cayó y hacía tan insoportable ruido que me hizo equivocarme cuatro veces en una suma. La segunda, fue hace once años, por una crisis de reumatismo. Yo no hago ningún ejercicio, pues no tengo tiempo para perderlo callejeando. ¡Soy un hombre serio! Y la tercera vez… ¡la tercera vez es ésta! …llevaba, pues, quinientos un millones… –¿Millones de qué?

El hombre de negocios advirtió que no lo dejarían seguir en paz y contestó más malhumorado: –Millones de esas cositas que algunas veces se ven en el cielo. –¿Moscas? –¡No, cositas que brillan! –¿Abejitas? –No. Unas cositas doradas que hacen soñar y desvariar a los holgazanes. ¡Yo soy un hombre serio y no tengo tiempo de soñar! –¡Ah, estrellas! –Sí eso estrellas. –¿Y qué haces tú con quinientos millones de estrellas? –Quinientos un millones seiscientos veintidós mil setecientos treinta y uno. ¡Exactas! –¿Y qué haces con ellas? –¿Que qué hago? –Sí.

–Nada. Poseerlas. –¿Posees a las estrellas? ¿Son tuyas? –Sí. –Pero yo he visto un rey que… –Los reyes no poseen nada… reinan solamente. Es muy diferente poseer que reinar. –¿Y de qué sirve poseer las estrellas? –Me sirve para ser rico. –¿Y para qué sirve ser rico? –Me sirve para poder comprar más estrellas si es que alguien las encuentra y descubre. “¡Uhm! Este razona poco más o menos como mi borracho”. Se dijo para sí el principito. Sin embargo, siguió preguntando: ¿Y cómo es posible poseer las estrellas? –¿De quién son? –dijo esquivo el hombre de negocios. –No sé… De nadie.

–Entonces son mías, pues soy el primero en tener la ocurrencia. –¿Y eso es suficiente? –¡Desde luego! Si te encuentras un diamante que nadie reclama, el diamante es tuyo. Si encontraras una isla que no es de nadie, formalizas la propiedad y es tuya. Si eres el primero en tener una idea y la haces patentar, es tuya. Las estrellas son mías, las poseo puesto que nadie, antes que yo, soñó con poseerlas. –Bien –dijo el principito– ¿y qué es lo que tú haces con ellas? –Las administro. Las cuento y las recuento una y otra vez –contestó el hombre de negocios–. Es difícil. ¡Pero yo soy un hombre serio! El principito no estaba del todo satisfecho y continuó: –Yo poseo una bufanda y puedo ponérmela alrededor del cuello. Y si poseo una flor, puedo cortarla y llevármela. ¡Pero tú no puedes llevarte las estrellas! –Eso no, pero puedo depositarlas en un banco. –¿Qué quiere decir depositar?

–Quiere decir que escribo en un papelito el número exacto de mis estrellas y se guarda bajo llave. –¿Y eso es todo? –¡Es suficiente! “Esto es divertido”, pensó el principito. “Es incluso bastante poético. Pero no resulta ser serio”. El principito tenía, sobre las cosas serias, ideas muy diferentes de las que suelen tener las personas mayores. –Yo –dijo aún– tengo una flor a la que riego todos los días. Poseo también tres volcanes a los que deshollino cada semana y también me ocupo del que está extinguido; pues uno nunca sabe lo que puede ocurrir. Es útil, pues, para mis volcanes y para mi flor que yo las posea. Pero tú no eres nada útil para tus estrellas… El hombre de negocios abrió la boca para defenderse pero no encontró que decir. El principito aprovechó y se fue. “Decididamente, las personas mayores, son extrañísimas”, se dijo con sencillez el principito y continuo su viaje.

XIV

El quinto planeta era muy curioso. Era el más pequeño de todos. Sólo había lugar para un farol y el farolero. El principito no se explicaba para qué servían allí, en el cielo, en un planeta sin casa y sin población alguna, un farol y un farolero. Sin embargo, pensaba: “Quizá este hombre es absurdo. Sin embargo, es menos absurdo que el rey, el vanidoso, el hombre de negocios y el bebedor. Por lo menos su trabajo, tiene algo de razón. Cuando enciende su farol, es como si naciera una estrella o brotara una flor y, cuando lo apaga, es como si la flor o a la estrella se durmiera. Es una ocupación muy linda y es verdaderamente útil en cuanto que es linda”.

Al llegar, saludó respetuosamente al farolero:

–¡Buenos días! ¿Por qué acabas de apagar tu farol? –Es la consigna –respondió el farolero–. ¡Buenos días! –¿Qué es la consigna? – Apagar el farol. ¡Buenas noches! Y volvió a encenderlo. –Entonces ¿por qué acabas de encenderlo? – Es la consigna –respondió el farolero. –No entiendo –dijo el principito. –No hay nada que entender – dijo el farolero–. La consigna es la consigna. ¡Buenos días! Y apagó su farol. Después limpió su frente con un pañuelo de cuadros rojos. –Mi trabajo es terrible. Antes era razonable; apagaba el farol por la mañana y lo prendía por la tarde. Tenía el resto del día para descansar y todo el resto de la noche para dormir. –Y… ¿cambiaron la consigna? -No, esa es la tragedia, la consigna no ha cambiado pero el planeta sí, –dijo el farolero–. Año con año gira cada vez más rápido y la consigna no ha cambiado.

–¿Y entonces? –dijo el principito. –Pues como el planeta da una vuelta completa cada minuto, yo no tengo un segundo de reposo. Enciendo y apago una vez por mi

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nuto. –¡Es divertido! ¡En tu planeta los días duran un minuto! –A mí no me parece divertido en absoluto –dijo el farolero–. Hace ya un mes que tú y yo empezamos esta plática. –¿Un mes? –Sí, treinta minutos. ¡Treinta días! ¡Buenas noches! Y nuevamente encendió su farol. El principito miró con gustó a este farolero que cumplía con tanta lealtad la consigna. Recordó las puestas de sol que el “perseguía” arrastrando su silla y quiso ayudar. –¿Sabes? Sé una forma con la que puedes descansar cuando quieras… – Siempre quiero –dijo el farolero. – Se puede ser fiel y perezoso a la vez –dijo el principito.

–Tu planeta es tan pequeño que puedes darle la vuelta con sólo tres pasos. No tienes que hacer más que caminar muy lentamente para quedar siempre hacia el sol. Caminarás cuando quieras descansar, y el día durará el tiempo que desees. –Eso no es gran adelanto –dijo el farolero– pues lo que a mí más me gusta en la vida es dormir. –Eso es no tener buena suerte –dijo el principito. –No, no es tener buena suerte – replicó el farolero– ¡Buenos días! Y apagó su farol. Mientras el principito proseguía su viaje, iba pensando: “Éste sería despreciado por los otros, por el rey, por el vanidoso, por el bebedor y por el hombre de negocios. Sin embargo, es el único que no me parece ridículo, quizás porque se ocupa de algo ajeno a sí mismo”. Suspiró con nostalgia y se dijo: “Es el único del que hubiera podido hacerme amigo. Pero su planeta es tan pequeño que no hay lugar para dos… “ Lo que el principito no quería confesar era que añoraría las mil cuatrocientas cuarenta puestas de sol que podría haber visto en veinticuatro horas.

XV

El sexto planeta era diez veces más grande. Estaba habitado por un anciano que escribía en enormes libros.

–¡Eah, un explorador! –exclamó el anciano al ver al principito que se había sentado sobre la mesa dando un resoplo. ¡Había viajado ya tanto! –¿De dónde vienes tú? –preguntó el anciano. –¿Qué libro es este tan grande y pesado? –Preguntó a su vez el principito–. ¿Qué hace usted aquí?

–Soy geógrafo –dijo el anciano. –¿Y qué es un geógrafo? –Es un sabio que conoce donde se encuentran los mares, los ríos, las ciudades, las montañas y los desiertos. –Eso es muy interesante –dijo el principito–. ¡Por fin un verdadero oficio! Y dio un vistazo alrededor del planeta del geógrafo. Nunca había visto un planeta tan majestuoso. –Es muy hermoso su planeta. ¿Tiene océanos? –No lo sé, no puedo saberlo –dijo el geógrafo. –¡Oh! –dijo el principito decepcionado–. ¿Y montañas? –No puedo saberlo –repitió el geógrafo. –¿Y ciudades, ríos y desiertos? –Tampoco puedo saberlo. –¡Pero usted es geógrafo! –¡Exactamente! –Dijo el geógrafo–, pero no soy explorador, ni tengo exploradores que me informen. El geógrafo no puede estar de acá para allá haciendo el recuento de ciudades, ríos, montañas, océanos y desiertos

Un geógrafo es demasiado importante para andar explorando de un lado a otro. Se queda en su despacho y allí recibe a los exploradores. Les interroga y toma nota de sus observaciones e informes. Si alguna le parece interesante, manda hacer una investigación sobre la moralidad del explorador. –¿Por qué? –Porque si un explorador dijera mentiras sería una catástrofe para los libros de geografía. Y también si un explorador bebiera demasiado. –¿Por qué? –preguntó el principito. –Porque los borrachos ven doble y el geógrafo pondría dos montañas donde sólo hay una. –Conozco a alguien –dijo el principito–, que sería un mal explorador. –Es muy posible. Cuando la moralidad del explorador parece buena, se hace un estudio sobre su descubrimiento. –¿Se va a verificarlo? – No, eso sería demasiado complicado. Se le exigen pruebas. Por ejemplo, si se trata del descubrimiento de una gran montaña, se le pide que traiga grandes piedras.

Súbitamente el geógrafo se sintió emocionado y dijo: –¡Tú vienes de muy lejos! ¡Eres un explorador! Comienza, pues, a describirme tu planeta. El geógrafo abrió su registro y afiló la punta de su lápiz. Los relatos de los exploradores siempre se escriben primero con lápiz y sólo se pasan a tinta, una vez que el explorador ha presentado suficientes pruebas. –¿Y bien? –interrogó el geógrafo. –¡Oh! Mi planeta –dijo el principito– no es tan interesante, todo es muy pequeño. Tengo tres volcanes, dos en actividad y uno extinguido; pero uno nunca sabe… –Nunca se sabe –dijo el geógrafo. –Tengo también una flor. –De las flores no tomamos nota. –¿Por qué? ¡Si son tan lindas! –Porque las flores son efímeras. –¿Qué significa “efímera”? –Las geografías –dijo el geógrafo– son los libros más valiosos y apreciados. Nunca pasan de moda ya que es muy raro que una montaña cambie de lugar o que un océano pierda su agua. Nosotros, los geógrafos, escribimos sobre cosas eternas. –Pero los volcanes extinguidos pueden despertarse – interrumpió el principito–. ¿Qué significa efímera? –Que los volcanes estén extinguidos o se despierten es igual para nosotros. Lo interesante es la montaña del volcán y ésta nunca cambia. –Pero, ¿qué significa efímera? –repitió el principito que nunca renunciaba a una pregunta suya. –Significa que está amenazado de próxima desaparición. –¿Mi flor está amenazada de desaparecer próximamente? –Así es. Indudablemente. “Mi flor es efímera –se dijo el principito– y sólo tiene cuatro espinas para defenderse contra el mundo. ¡Y se ha quedado completamente sola!” Por primera vez se arrepintió de haber dejado su planeta, aunque tomando valor pregunto: –¿Qué me aconseja usted que visite ahora? –El planeta Tierra tiene muy buena reputación –contestó el geógrafo. Y el principito partió pensando en su flor.

XVI

El séptimo planeta fue, por supuesto, ¡la Tierra! ¡La Tierra no es un planeta cualquiera! Se cuentan en él ciento once reyes (sin olvidar, sin duda, a los reyes negros), siete mil geógrafos, novecientos mil hombres de negocios, siete millones y medio de ebrios, trescientos once millones de vanidosos, es decir, alrededor de dos mil millones de personas mayores. Para tener idea de las dimensiones de la Tierra, puedo decir que antes de la invención de la electricidad, había que mantener sobre el planeta un verdadero ejército de cuatrocientos sesenta y dos mil quinientos once faroleros. Vistos desde lejos hacían un hermoso espectáculo, parecía un ballet. Primero tocaba el turno a los faroleros de Nueva Zelanda y de Australia que encendían sus faroles y se iban a dormir. Seguían los faroleros de China y Siberia. Después los faroleros de Rusia y la India, luego los de África y Europa y, por último, los de América del Sur y América del Norte. Nunca se equivocaban en el orden para entrar en escena. Era grandioso. Solamente el farolero del único farol del polo norte y el del único farol del polo sur, llevaban una vida descansada. Sólo trabajaban dos veces al año.

XVII

Cuando se quiere ser ingenioso, se expone uno a mentir un poco. No he sido muy honesto al hablar de los faroleros y corro el riesgo de dar, a quienes no conozcan nuestro planeta, una idea falsa de él. Los hombres ocupan muy poco lugar sobre la Tierra. Si los dos mil millones de habitantes que la pueblan se pusieran de pie, uno junto a otro y un poco apretados, como en una concentración, cabrían fácilmente en una plaza de veinte millas de largo por veinte de ancho. La humanidad podría amontonarse sobre alguna isla del Pacífico. Esto seguramente no lo creerán las personas mayores, pues ellas siempre se imaginan que ocupan mucho sitio. Se creen importantes y grandes como los baobabs. Se les puede decir que hagan el cálculo; eso les gustará ya que adoran las cifras. Otros no perderán el tiempo pues me tienen confianza. El principito cuando llegó a la Tierra, quedó sorprendido de no ver a nadie. Creyó haberse equivocado de planeta, cuando un anillo de color de luna se movió en la arena. –¡Buenas noches! –dijo el principito. –¡Buenas noches! –dijo la serpiente. –¿Sobre qué planeta he caído? –preguntó el principito.

–Sobre la Tierra, en África – respondió la serpiente. –¡Ah! ¿Y no hay nadie sobre la Tierra? –Esto es el desierto. En los desiertos no hay nadie. La Tierra es muy grande –contestó la serpiente. El principito se sentó en una piedra y elevando su mirada dijo: –Me pregunto si las estrellas están encendidas para que cada quien pueda reconocer la suya. ¡Mira!, precisamente sobre nosotros está mi planeta, pero… ¡tan, tan lejos!

–Es muy bella tu estrella –dijo la serpiente– ¿Y qué es lo que vienes a hacer por acá? –Tengo problemas con una flor –dijo el principito. –¡Ah! Y ambos callaron. Por fin, el principito rompió el silencio. –¿Se está así de solo en el desierto? ¿Dónde están los hombres? Entre los hombres también se está solo –afirmó la serpiente. El principito la miró largo rato y le dijo: –Eres un animal algo raro… delgado como un dedo…

–Pero soy más poderoso que el dedo de un rey –le interrumpió la serpiente. El principito sonrió y dijo –no lo pareces… no tienes patas… no creo tan siquiera que puedas viajar… –Puedo llevarte más lejos que un navío –dijo la serpiente y se enroscó alrededor del tobillo del principito como un brazalete… –Al que yo toco, le hago regresar a la tierra de donde salió. Pero tú eres puro y vienes de una estrella… El principito no respondió. –…Me das lástima, tan débil sobre esta tierra de granito… Si algún día llegas a extrañar tu planeta, yo puedo ayudarte. Puedo… –¡Oh! Te he comprendido muy bien –dijo el principito–. Pero ¿por qué hablas siempre con enigmas? –Yo los resuelvo todos – dijo la serpiente. Y ambos guardaron silencio.

XVIII

El principito atravesó el desierto en el que sólo encontró una flor de tres pétalos, simple e insignificante.

¡Buenos días! –saludo el principito. –¡Buenos días! –contestó la flor. –¿Dónde están los hombres? – preguntó cortésmente el principito. La flor que algún día, vio pasar una caravana, dijo: –¿Los hombres? Me parece que no existen más que seis o siete. Los vi hace ya años y nunca se sabe dónde encontrarlos. Como no tienen raíces, el viento los pasea de un lado a otro. Debe ser molesto. –Adiós entonces –dijo el principito. –Adiós –dijo la flor.

XIX

El principito escaló hasta la cima de una alta montaña. Las únicas montañas que él conocía eran sus dos volcanes que le llegaban a la rodilla y el extinguido que utilizaba como taburete. El principito se dijo a sí mismo: “Desde una montaña tan alta como ésta, podré ver todo el planeta y a todos los hombres…” Pero no alcanzó a ver más que algunas puntas de rocas muy afiladas.

–¡Buenos días! –exclamó el principito al azar. –¡Buenos días!… ¡enos días!… ¡…días! –respondió el eco. –¿Quién eres tú? –preguntó el principito.

–¿Quién eres tú?… ¿…eres tú?… ¿…tú?… –contestó el eco. – Sean mis amigos, estoy solo –dijo el principito. –Estoy solo… … solo …olo… -repitió el eco. “¡Qué planeta más raro! –Pensó entonces el principito–, es seco, puntiagudo y salado. Sus habitantes carecen de imaginación; no hacen más que repetir lo que uno dice… En mi tierra tenía una flor y era siempre la primera en hablar…”

XX

Por fin llegó el momento en que el principito, después de caminar mucho entre arena, rocas y nieve, encontró un camino. Y los caminos llevan siempre a la morada de los hombres. –¡Buenos días! –dijo. –¡Buenos días! –dijeran las rosas.

El principito las miró, parecían iguales a su flor. –¿Quiénes son ustedes? –les preguntó atónito. –Somos las rosas –respondieron éstas.

–¡Ah! –exclamó el principito. Y se sintió muy triste; su flor le había dicho que era la única de su especie en todo el universo. ¡Ahora estaba ante más de cinco mil, iguales y en el mismo jardín! Si ella viese esto, se decía el principito, se sentiría humillada, tosería muchísimo y simularía morir para escapar del ridículo. Y yo tendría que fingirle cuidados, pues sería capaz de dejarse morir verdaderamente, para humillarme a mí también… Y continuó diciéndose: “Me creía rico con una flor única y resulta que sólo tengo una rosa común. Eso y mis tres volcanes que apenas me llegan a la rodilla y uno de los cuales acaso esté extinguido para siempre. Realmente no soy un gran príncipe…” Y tirándose sobre la hierba, lloró.

XXI

Entonces apareció el zorro: –¡Buenos días! –dijo el zorro. –¡Buenos días! –respondió cortésmente el principito y se volvió para ver quien hablaba pero no descubrió a nadie. –Estoy aquí, bajo el manzano –dijo la voz. –¿Quién eres tú? –Preguntó el principito–. ¡Qué bonito eres! –Soy un zorro. –Ven a jugar conmigo, –le propuso el principito– ¡Estoy tan triste! –No puedo jugar contigo –dijo el zorro–, no estoy domesticado. –¡Ah, perdón! –dijo el principito. Pero después de una breve reflexión, añadió: –¿Qué significa “domesticar”? –Tú no eres de aquí –dijo el zorro– ¿qué buscas?

 

–Busco a los hombres –respondió–. ¿Qué significa domesticar? – Los hombres –dijo el zorro– tienen escopetas y cazan. ¡Es muy molesto, aunque también crían gallinas! Es lo único que les interesa. ¿Tú buscas gallinas? –No, yo sólo busco amigos. Pero, dime ¿qué significa domesticar? –Es una cosa ya olvidada –dijo el zorro–, significa “crear vínculos… “ –¿Crear vínculos?

–¡Sí!, verás –dijo el zorro–. Tú eres para mí, sólo un muchachito igual a otros y no te necesito para nada. Tampoco tú tienes necesidad de mí y no soy para ti más que un zorro como otro zorro cualquiera. Pero si tú me domésticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, como también yo lo seré para ti… –Empiezo a entender – dijo el principito–. Hay una flor… creo que ella me ha domesticado… –Es posible –concedió el zorro–, en la Tierra se ve todo tipo de cosas. –¡Oh, no es en la Tierra! –exclamó el principito. El zorro muy interesado preguntó: –¿En otro planeta? –Sí. –¿Y hay cazadores en ese planeta? –No. –¡Oh, eso es muy interesante! ¿Y hay gallinas? –No.

–¡Uhm, Nada es perfecto! –dijo el zorro suspirando un tanto desilusionado.

 

Y continúo: –Mi vida es muy monótona. Cazo gallinas y los hombres me cazan a mí. Todas las gallinas son muy parecidas y todos los hombres se parecen entre sí; Así que, como ves, me aburro constantemente. En cambio, si tú me domésticas, mi vida se llenará de sol y conoceré el rumor de unos pasos diferentes a los de otros hombres. Estos me hacen esconder bajo la tierra; los tuyos me llamarán fuera de la madriguera como una música. Además, ¡mira! ¿Ves allá abajo los campos de trigo? Yo no como pan y por lo tanto el trigo no me significa algo, es inútil para mí. Los trigales no me recuerdan nada y eso me pone triste. ¡Sin embargo, tú tienes el cabello dorado como el trigo y, cuando me hayas domesticado, será maravilloso ver los trigales: te recordaré y amaré el canto del viento sobre el trigo.

Fuente: La Tribuna

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