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Rigoberto Agurcia, médico y pastor al servicio del prójimo

Tegucigalpa,Honduras  miércoles 28 julio 2021

Reinventar” el anhelo de servir, pese a los riesgos que implica la pandemia de COVID-19, sí es posible, tal y como lo ha mostrado el médico y pastor hondureño, Rigoberto Agurcia Zelaya.

La fe, la valentía y sobre todo el liderazgo de este hondureño, cuya labor se destaca hoy, en Ángeles de la Pandemia, permitió que la organización sin fines de lucro, Casa David, continuara cumpliendo con su noble misión…

Cada día, bajo la dirección ejecutiva de Agurcia, la organización ofrece techo, alimentación y la palabra de Dios a pacientes y familiares de hospitales de Tegucigalpa y San Pedro Sula, que a falta de dinero, dormían en aceras, con hambre y frío.

Sobrevivir a la emergencia sanitaria, sin embargo, habría resultado imposible sin el compromiso de un valioso equipo de trabajadores, que según el doctor Agurcia, le infundieron fortaleza al afirmar: ¡Queremos servir!, en los momentos en que el temor al virus mantenía a casi toda la población en casa.

El médico, junto a su esposa, Vinda Esther Sabillón Corrales, y sus hijos Sara Esther, Samuel Andrés y Ana Esther Agurcia Sabillón.

VOCACIÓN DE SERVICIO

Rigoberto Agurcia Zelaya nació en Tegucigalpa, el 13 de noviembre de 1975, en el hogar conformado por el citotecnólogo Rigoberto Agurcia Chávez y la maestra de educación secundaria, Lourdes Esperanza Zelaya Velásquez.

Al haber recibido de sus padres el ejemplo de servir y el valor de la fe cristiana, Rigoberto no dudó en matricularse en la carrera de Medicina, en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH), con el sueño de procurar salud a los enfermos.

Pronto se integró a un grupo de universitarios cristianos, guiado por misioneros, con quienes solía visitar las salas de pediatría de los hospitales públicos, para llevar ayuda a los niños.

En esos recorridos, por primera vez, reparó en la angustia de decenas de pacientes y familiares que dormían en las afueras de los centros asistenciales, sin dinero para pagar un hotel ni para comprar comida.

“Casa David surgió en el año de 1994, allí fue donde todo comenzó… Mirábamos a las personas tiradas en el hospital, en los pasillos, con hambre, con frío, con diversas necesidades”, recuerda Agurcia.

“Los misioneros que estaban a cargo de nosotros, en el año 2002 salieron de Honduras con esa imagen en su corazón, fue así como en el 2013 nos contactaron por teléfono y nos dijeron queremos hacer algo por Honduras”, creándose así la organización.

Se graduó de Médico General en el 2002, en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras.

MEDICINA Y TEOLOGÍA

En el 2002, Agurcia se graduó de Médico General en la UNAH y luego, durante cuatro años, estudió en el Seminario Teológico SEMBRAR, pues siempre tuvo claro que predicar la palabra de Dios era otra de sus misiones.

Armado con la ciencia y la fe cristiana, tomó las riendas de Casa David, contando con el apoyo de su esposa, Vinda Esther Sabillón Corrales, con quien procreó tres hijos: Sara Esther, de 14 años; Samuel Andrés de 12 y Ana Esther de 10.

El doctor atesora el orgullo de haber sido uno de los fundadores de Casa David, que a lo largo de los años ha brindado hospedaje, alimentación y apoyo espiritual a miles de enfermos y familiares de estos, “por un mandato de Dios, de mostrar el amor de Cristo a cada una de las personas que entra a nuestras instalaciones, y que puedan entender que hay un Dios que les busca y que les ama”.

Rigoberto Agurcia Zelaya nació en Tegucigalpa el 13 de noviembre de 1975.

UNA DECISIÓN DIFÍCIL

El 16 de marzo del 2020, cuando el gobierno decretó la emergencia sanitaria por COVID-19 en Honduras, el toque de queda obligó a Agurcia y al personal de Casa David a suspender sus servicios en la capital y en San Pedro Sula.

Cuatro meses después, el Instituto Hondureño de Seguridad Social (IHSS) le solicitó a Casa David sus valiosos servicios, para hospedar a médicos y enfermeras que estaban en primera línea de atención de la pandemia.

¿Qué hacer, continuar de brazos cruzados o asumir el riesgo de reabrir las instalaciones? Esa interrogante llevó al doctor Agurcia a consultar con los empleados.

“Tengo personal mayor de 50 años, hipertensos, cardiópatas, no es aquel montón de personas, pero fue bien bonito porque incluso a mí me llenó de valor cuando estas personas dijeron: ¡Queremos servir!”, cuenta el profesional de la medicina.

Agrega que “no había indicios de vacuna, había riesgo de enfermarse, y así fue como ellos me dieron ánimo a mí para decirle al Seguro Social: ¡Estamos listos!”.

“Aunque el Seguro nos dijo necesitamos que nos alberguen a médicos y enfermeras, nosotros siempre metimos en la solicitud el poder servir a los pacientes y a los familiares de estos, con la variante de que no íbamos a atender familiares de pacientes con COVID-19 porque la incidencia o probabilidad de que tuvieran COVID-19 era muy alta”, recuerda el entrevistado.

Fuente: La Tribuna

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