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SIMILATÓN, UNA HISTORIA POCO CONOCIDA

Tegucigalpa,Honduras martes 29 diciembre 2020

Similatón, es una voz indígena, de la etnia lenca. Según la eximia investigadora Marcelina Bonilla (Diccionario Histórico-Geográfico de las Poblaciones de Honduras). Similatón significa: “lugar de salsas de Simite”. Hoy día, el municipio lleva otro nombre: Cabañas, situado en el departamento de La Paz. Los conquistadores hispanos no fundaron nada, el pueblo existía a su llegada, y le agregaron un nombre tomado de la fe que ellos profesaban: “San Francisco de Similatón”. Explotaron la mano de obra indígena, bajo el régimen de las “encomiendas”; empero, les dieron acceso a la tierra en dominio útil, a través de la ejidos administrados por los Ayuntamientos Municipales. A la llegada de la independencia (1821), la situación quedó intacta. Salvo que ya no eran “siervos de la gleba”, sino hombres libres que labraban sus tierras con ahínco. Tres siglos de Colonia desdibujaron su idioma (el lenca), y la religión de sus ancestros. Se expresaban en la lengua de Castilla y adoraban al Dios de los judíos. Tal lo ocurrido, en todos los pueblos de las antiguas Hibueras y de Hispanoamérica.

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Muchos años de tranquilidad vivió San Francisco de Similatón. Pero, el viejo Heráclito describió la inestabilidad de todas las cosas. Todo pasa; nada tiene constancia; de manera que “no podemos entrar dos veces en el mismo río”. La paz bucólica de Similatón, tiene una profunda ruptura: la llegada al poder de Marco Aurelio Soto (27 de agosto de 1876). Soto no fue electo por el pueblo de Honduras, sino impuesto por las armas desde Guatemala por Justo Rufino Barrios, en contubernio con el presidente de la República de El Salvador, Andrés Valle. Se instaló primero en Amapala, y a mediados de septiembre llegó a Tegucigalpa, en octubre ocupa el solio en Comayagua, a la sazón capital de Honduras. En 1877, fue electo Presidente Constitucional para un período de cuatro años que comenzó el 30 de enero del año citado.

Quién era Marco Aurelio Soto?

La mala historia que aprendimos en la escuela, nos ofrece una visión distorsionada del personaje. Cierto que impulsó el progreso. Fue necesario para borrar algunos vestigios feudales. Tuvo a su alrededor funcionarios honestos. Ramón Rosa, el más grande de todos. Hubo otros -omitiremos sus nombres- que se dedicaron a “endulzar” su oído de ególatra. Soto, fundamentalmente, era un ambicioso sin principios. Su aparente misión fue amueblar la “reforma liberal”. Nomenclatura usada, en América Latina para encumbrar al capitalismo, con su cauda infame de violenta desmembración de algunas de las pocas bondades del sistema al que combatía. Por eso, una de sus primeras medidas gubernamentales, consistió en puesta en vigor la “Ley para el Fomento de la Agricultura”, el 29 de abril de 1877. Un bodrio jurídico. Facultaba el despojo de las tierras propiedad de las comunidades indígenas; las tierras ejidales y las tierras eclesiales. Todo para dos fines: a) promover cultivos de exportación: café, caña de azúcar, el jiquilite y el cacao; b) convertir a los expropiados indígenas y ladinos, en mano de obra barata. El esquilmo, como siempre, lo sufrieron los pobres. A la Iglesia Católica no le hizo daño. La Iglesia hondureña, pobre desde sus orígenes, carecía de “tierras de manos muertas”, y no fue expropiada. Comunidades enteras (indígenas de Intibucá) quedaron sin tierras. A ello se debe que al paso de los años (de muchos años), el indio intibucano se sumó a la rebeldía anárquica de Gregorio Ferrera. A San Francisco de Similatón, le quitó -la “reforma liberal”- sus ejidos y ordenó, Soto, que su población fuera dispersada. Y nadie dijo nada.

Soto convierte a Tegucigalpa, en la capital de Honduras (1880). No había justificación para hacerlo. Salvo su cercanía con San Juancito, sede de la “Rosario Mining Company”, de la que Soto era accionista, probablemente con dinero saqueado del erario público. Venía a vigilar sus negocios. Fue tan repudiable su conducta que caído en desgracia con su protector Justo Rufino Barrios, este lo obligó a abandonar el poder y también el país en 1883. Murió en París. Rodeado de comodidades que ningún esfuerzo le costaron. El Soto que nos enseñaron en las aulas, dista mucho del Marco Aurelio Soto real. El profesor Rubén Barahona, en la obra de texto “Breve Historia de Honduras” se atreve a compararlo con Bernardino Rivadavia y Domingo Faustino Sarmiento; ambos hicieron la reforma liberal en la república Argentina. Así como José Batlle en Uruguay. La reforma liberal en Uruguay fue profunda. Se manifiesta aún hoy día. Que baste un dato: Uruguay es el país más laico de América Latina.

Calixto Vásquez o la rebelión indígena

Al despojo brutal de sus tierras, al que su pueblo fue sometido se opuso con filosos “guarizamas”, el caudillo indígena Calixto Vásquez, al frente de ellos. La prensa oficial lo llamó “corta cabezas”. Era un epígono de Lempira y movilizó alrededor de 3000 hombres de la etnia lenca, de diversos municipios del departamento de La Paz e Intibucá. Tres ejércitos se unieron para vencerlo; el de Honduras, el de El Salvador y el de Guatemala. Tres oligarquías contra el municipio indígena de Similatón. Capturado vivo, Calixto Vásquez, fue llevado a un Consejo de Guerra (Soto amaba este disfraz, para sus felonías. Así se deshizo de José María Medina y de Ezequiel Marín). Adelante veremos que la sangre de Calixto Vásquez no se derramó en vano.

Juan Manuel Gálvez Durón, devuelve a San Francisco de Similatón sus ejidos

Juan Manuel Gálvez, aunque a algunos no les guste y tuerzan el gesto, fue uno de los mejores gobernantes que ha tenido Honduras a lo largo de su historia. Gobernó sin gendarmería a su alrededor. Abandonó el lujo de la casa presidencial y siguió habitando en su modesta vivienda en el centro histórico de Tegucigalpa. Como un ciudadano más llegaba puntualmente a su despacho; en el trayecto saludaba a la gente. Chupeteaba un puro enorme. Vestía con sencillez, al grado que le estorbaba el saco y lo llevaba colgado del brazo. Según Medardo Mejía, nos dio una lección: la poca importancia que significa ser presidente de Honduras. Fue el constructor del Estado moderno. Pero, no es mi deseo entrar en detalles. Tuvo, es obvio, sus fallas: permitió la invasión a Guatemala, desde Honduras para derrocar un gobierno democrático.

Sin embargo, fue Gálvez, en Consejo de Ministros, mediante el Decreto No. 108, de fecha 12 de febrero de 1952, quien devuelve sus ejidos “al pueblo de San Francisco de Similatón”. En el mismo decreto dice que “el Poder Ejecutivo, por acuerdo de 24 de abril de 1879, ordenó la disolución de dicho pueblo y “la dispersión de sus habitantes, como sanción colectiva por el apoyo que se supone prestaban a las perturbaciones que promovía, el caudillo indígena Calixto Vásquez, mandando vender en subasta pública las tierras que les pertenecían, habiendo enajenado una parte, permutado otra y quedando, sin embargo, una extensión apreciable…”. Así, 174 años después, Similatón, vuelve a la vida.

En el mismo Decreto, Gálvez anula disposiciones bellacas de Luis Bográn (1885), también “reformador”, mediante las cuales corroboraba las decisiones de su antecesor en el cargo. Gálvez Durón fue enfático al decir: … “Art. 3. Declarar que los ejidos del pueblo de Similatón o Cabañas son los mismos que en su totalidad le comprendían antes del Acuerdo de 25 de abril de 1879, en que se acordó su extinción. Y, no los que le mandó devolver en el acuerdo de 29 de diciembre de 1885 antes citado, y Art. 4. Dar cuenta de este Decreto al Congreso Nacional”.

Similatón, hoy se llama Cabañas. Adoptó el nombre de un prócer. Gálvez, en su Decreto 108, cita los dos nombres, en respeto a la cultura indígena. Gálvez, llama “caudillo indígena”, a Calixto Vásquez. Elude la grosera denominación de los reformadores. Vásquez combatió con fierros de labranza que se pueden convertir en armas de redención, según las circunstanc

A 1953, fecha en que Marcelina Bonilla, publicó su obra ya citada, “Cabañas, pueblo principal del municipio de Cabañas, en el Depto. de La Paz. 141 habitantes indígenas. Escuelas, agencia Postal y oficina telefónica…”.

Al paso del tiempo, el pueblo habrá crecido (y mucho). Quizá hasta recibido, otras “caricias del progreso”. Pero, sucede que le hace falta una gema: la estatua -en bronce o en mármol, eso no importa- de Calixto Vásquez. Sé que escultor puede esculpirla: Jesús Zelaya. Sé quién puede ser el modelo: cualquier indígena lenca, de Similatón o Cabañas. Portan la misma sangre del héroe autóctono.

Fuente: La Tribuna

 

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