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Tres poemas para conocer a Louise Glück, Premio Nobel de Literatura 2020

Tegucigalpa,Honduras lunes 19 octubre 2020

 

La escritora es autora de más de una decena de libros, con los que ha levantado una sólida trayectoria poética que ha sido ampliamente reconocida por la crítica.

La poeta Louise Glück, que acaba de recibir el Premio Nobel de Literatura 2020, es autora de más de una decena de poemarios con los que ha levantado una sólida trayectoria poética que ha sido ampliamente reconocida por la crítica. La mayoría de sus libros han sido traducidos al español y publicados en la editorial Pre-Textos, que ella misma eligió después de quedar encandilada por una edición de un libro de Mark Strand en 2004. Fue entonces cuando le dijo a su agente en The Wylie Agency que le ofreciera sus versos, y es por eso que hoy podemos disfrutarlos en nuestro idioma.

Repasamos a continuación algunos de sus poemas, que para ella «no perduran como objetos, sino como presencias». «Cuando lees algo que merece recordarse, liberas una voz humana: devuelves al mundo un espíritu compañero. Yo leo poemas para escuchar esa voz. Escribo para hablar a aquellos a quienes he escuchado», escribió la autora en «Proofs and Theories». Leamos, leamos.

1. «El jardín»
En 1993 Louise Glück ganó el premio Pulitzer de poesía con «El Iris Salvaje». Ahí publicó el siguiente poema, titulado «El jardín», que recrea una escena terriblemente triste, sobre todo vista desde la distancia, desde la edad adulta en la que se comprenden ciertas grietas de la vi

No puedo hacerlo nuevamente,
difícilmente soportaría verlo;
//.
bajo la tenue lluvia del jardín
la joven pareja siembra
un surco de guisantes, como si
nadie lo hubiese hecho nunca:
los grandes problemas todavía
no han sido enfrentados ni resueltos.
//.
Ellos no pueden verse
en el polvo fresco aún, empezar
sin ninguna perspectiva,
con las colinas al fondo, verdes y pálidas, nubladas de flores.
//.
Ella desea detenerse;
él desea llegar hasta el fin,
permanecer en las cosas.
//.
Mírala a ella tocar su mejilla,
pedirle una tregua, los dedos
ateridos por la lluvia primaveral;
en el pasto tierno estrellan rojos azafranes.
//.
Aun aquí, aun en los comienzos del amor,
su mano al abandonar la cara
da una impresión de despedida,
//.
y ellos se creen
capaces de ignorar
esta tristeza.

2. «El vestido»
En 1999, la escritora publicó «Vita Nova», con el que recibió el primer premio otorgado por los lectores del «New Yorker», además del premio Bollingen. Ahí encontramos «El vestido».

Se me secó el alma.
Como un alma arrojada al fuego,
pero no del todo,
no hasta la aniquilación. Sedienta,
siguió adelante. Crispada,
no por la soledad sino por la desconfianza,
el resultado de la violencia.
//.
El espíritu, invitado a abandonar el cuerpo,
a quedar expuesto un momento,
temblando, como antes
de tu entrega a lo divino;
el espíritu fue seducido, debido a su soledad,
por la promesa de la gracia.
¿Cómo vas a volver a confiar
en el amor de otro ser?
//.
Mi alma se marchitó y se encogió.
El cuerpo se convirtió en un vestido demasiado
grande
para ella.
Y cuando recuperé la esperanza,
era una esperanza completamente distinta.

3. «Amante de las flores»
En «Ararat» nos encontramos el poema «Amante de las flores». Flores, en fin, que son belleza y muerte, pero sobre todo fragilidad. Intemperie otra vez.
En nuestra familia, todos aman las flores.
Por eso las tumbas nos parecen tan extrañas:
sin flores, sólo herméticas fincas de hierba
con placas de granito en el centro:
las inscripciones suaves, la leve hondura de las letras
llena de mugre algunas veces…
Para limpiarlas, hay que usar el pañuelo.
//.
Pero en mi hermana, la cosa es distinta:
una obsesión. Los domingos se sienta en el porche de mi madre
a leer catálogos. Cada otoño, siembra bulbos junto a los escalones de ladrillo.
Cada primavera, espera las flores.
Nadie discute por los gastos. Se sobreentiende
que es mi madre quien paga; después de todo,
es su jardín y cada flor
es para mi padre. Ambas ven
la casa como su auténtica tumba.
//.
No todo prospera en Long Island.
El verano es, a veces, muy caluroso,
y a veces, un aguacero echa por tierra las flores.
Así murieron las amapolas, en un día tan sólo,
eran tan frágiles…

Fuente: La Tribuna

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