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Una recolectora ….y una canasta

Tegucigalpa, Honduras 11 marzo 2019

Contenta llegó hoy Argelia, así denominaremos a la mujer que nos ayuda con algunas actividades domésticas. Cuando le pregunté la razón de tanta emoción, comentándome que ellas y las demás mujeres de su casa habían recolectado entre todas más o menos unas doce latas de café (así se llama la unidad de medida en el ambiente cafetero ). En un mismo día y con el pago recibido por esta labor, matricularía su hijo de cuatro años, en el jardín de niños Roberto Suazo Córdova, de la colonia San Miguel, en El Paraíso, además inscribiría a su niña en el cuarto grado y al muchacho de colegio, con el dinero restante pediría a su esposo ¨que le haga una pila grande para tener suficiente agua ¨

Esta mujer de poquísimas letras y matemática elemental , tenía muy claro el destino de sus recursos, de la familia , y hasta de su eterno compromiso comunitario, recordé, entonces, a las primeras recolectoras que registra la psicología antropológica, sintiéndome atraída por los preceptos de Radin, (del libro “Lecturas de antropología social y cultural “ de Honorio M. Velasco pag. 577 ), cuando afirma que tradicionalmente emergieron dos tipos de historias: las historias divinas y las historias humanas , cuyos elementos primitivos han sido reinterpretados para hacerlos acomodarse conjuntamente.

Bajo esta reinterpretación de ideales, como, afirma Radin, es probable que Argelia, se perciba así misma como la triunfante de un sistema tan tribal, como lo son los sueños de muchos de nosotros a veces, teniendo que recurrir a las aspiraciones más primitivas , que como civilización poseemos, salvaguardando primero el propio cuerpo y después alimentando la esperanza, ¿Cuándo apareció la esperanza?, talvez si observamos un poco los escritos de Radin , resolveremos una pequeña parte del paradigma que apareja a la entusiasmada recolectora, que escapa al sanguinario ataque de la devastadora economía hondureña, esta vez representada por el ancestral cazador furtivo, de mil maneras aventajado sobre la recolectora, ella conserva la esperanza, esa que algunas de nosotros menos primitivas devaluamos hace tiempo. convirtiéndonos en míticos trofeos del coleccionista de buenas voluntades femeninas.

Aún así , anualmente vuelve a la finca, su misión, llenar la canasta del grano, su visión convertir el grano en humeante taza.

Siglo de la luz, lo dudo , a menos que breguemos entre la inspiración infantil de nuestra heroína y el precio que recibe por cada lata de café recogido, cuyo pago es de más o menos $ 1.5. Estas y otras historias urbano-rurales nos embuten en ese apellido nómada, que intentamos negar , y si no preguntemos a Argelia cuantas familias se movilizan, para vivir el ritual del café, hemos hecho de la vida de trabajo , una fiesta danzante , que amilana el dolor de la mala paga y desvía nuestra mirada de los encostalados que vamos encontrando en el camino.

Tenemos todos y todas una tarea pendiente y un precio generacional que debemos pagar a aquellas que con sus manos desgranan una planta y mucho más a aquellas que desmanan su pensamiento e ideales para que el cazador no las devore.

Al final va a derribararla, sin tiempo para llorar, tampoco para reír, porque hay que madrugarle a la amargura, de saber ¿Cómo vas a enterrar tus muertos ¿ Y a los bien muertos, ver , como los revives, convencida de que aún conservan su luz.

De Prisión Verde, abrazamos ahora una prisión escarlata y acrisolada, albergando la esperanza, en palabras de Winnebago “la gente común vive y muere, la gente extraordinaria negativa no es capaz ni de vivir ni de morir.

 

Fuente:La Tribuna

 

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