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El cotizado «oro azul» de Afganistán

Lapislázuli

El infierno vivido recientemente en Afganistán –retransmitido en directo por las televisiones de medio mundo–, así como la época oscura (a todas luces infernal) que, probablemente, se ha iniciado en aquel turbulento país asiático, contrasta con el paraíso; con la representación que en la tradición judeo-cristiana se ha hecho de él, plasmada en numerosas pinturas, donde vemos cielos rasos, serenos y azulados, que simbolizan la pureza de lo divino y celestial. Desde hace mucho tiempo (bastante antes de que adoptara oficialmente el nombre de Afganistán) ese territorio ha estado vinculado a una piedra semipreciosa de color azul, que permitió a muchas generaciones de pintores plasmar unos llamativos cielos en sus obras.

La piedra en cuestión es el lapislázuli; una roca metamórfica, compuesta de varios minerales, entre los que destacan la lazurita (el principal de todos ellos y responsable del azul), la calcita y la pirita. Durante miles de años, las únicas minas de lapislázuli conocidas en el mundo fueron las de Afganistán, localizadas concretamente en las montañas de Hindu Kush, en la provincia de Badajshán, zona fronteriza con Tayikistán, China e India. La explotación de esas minas se remonta al neolítico, hace algo más de 6.000 años, y sigue hoy en día, aunque cada vez con más dificultades. Los primeros usos que dieron de la llamativa gema fueron ornamentales, no siendo hasta el final de la Edad Media y el Renacimiento cuando se convierte en el pigmento azul más codiciado por los pintores.

Capilla pintada por Giotto
Frescos de la Capilla de los Scrovegni, en Padua, pintados por Giotto en 1305. El intenso color azul de los cielos se debe a la aplicación, por parte del pintor italiano, de pintura con pigmento mineral de lapislázuli. Fuente: https://www.chegg.com/

A través de la ruta de la seda y de otras rutas comerciales conectadas con ella, el lapislázuli se extendió con rapidez por los principales imperios y culturas de la antigüedad. Desde las minas de Badajshán empezaron a salir caravanas con destino a Mesopotamia, Egipto, India, China, llegando también cargamentos en barco hasta Grecia y Roma, en la época clásica, y el lejano imperio del sol naciente (Japón). En la antigua civilización egipcia fue particularmente apreciado. Abundaban los amuletos con incrustaciones de la azulada piedra, a la que también daban propiedades curativas y un uso funerario.

Un azul ultramar que vale su peso en oro

A finales del siglo XIII y principios del XIV, se empieza a dar un uso diferente al lapislázuli en Italia. El pigmento obtenido a partir de la molienda de la lazurita empezó a ser muy valorado por los pintores de la época, extendiéndose su uso durante el Renacimiento. Ese pigmento de origen mineral empezó a conocerse como azul (de) ultramar, ya que lo traían los mercaderes venecianos en sus barcos, procedentes de Asia, una tierra situada “más allá del mar”. Su brillantez realzaba los cielos y los mantos de las vírgenes y de otras deidades (símbolo de pureza y divinidad) mucho más que los azules elaborados con otros pigmentos naturales. Además, le afectaba menos la exposición a la luz del sol, y resistía mejor el contacto con el agua (pintura al fresco) y el aceite (pintura al óleo), lo que despertó un interés creciente de los pintores por él.

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