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¿Estamos listos para aceptar cerebros creados en laboratorio?

Sección de un organoide cerebral con regiones diferenciadas. En rojo se observan células madre neuronales y en verde, neuronas

La investigación con células madre ha permitido a la medicina alcanzar territorios que hasta hace poco eran exclusivos de la ciencia ficción. Gracias a ellas, en efecto, los científicos han conseguido ya fabricar células de todo tipo, desde cardíacas a renales o hepáticas y, lo más preocupante, cerebrales. Células que hoy en día se trasplantan a los pacientes en un amplio abanico de nuevas y revolucionarias terapias. Y en un futuro no demasiado lejano, todo parece indicar que lo mismo será posible también con órganos completos, incluido el propio cerebro.

En un artículo recién publicado en AJOB Neuroscience y escrito por un grupo de investigadores internacionales dirigido por Tsutomu Sawai, profesor en el Instituto Universitario de Kyoto para el Estudio Avanzado de Biología Humana (ASHBi) y el Centro de Investigación y Aplicación de Células iPS (CiRA), se explican las implicaciones éticas de esta investigación, centrándose precisamente en la más problemática, la de los organoides cerebrales, estructuras fabricadas en laboratorio y que están diseñadas para crecer y comportarse igual que un cerebro humano.

La revolución de los ‘organoides’

En poco más de una década, la palabra ‘organoide’ ha entrado de lleno en el léxico de las ciencias que se basan en utilizan de algún modo células madre. Los organoides son estructuras similares a órganos, fabricados artificialmente pero que imitan el modo en que se forman y crecen los órganos en el cuerpo. Por eso, los organoides han demostrado ser herramientas de gran valor para comprender no sólo cómo ‘funcionan’ nuestros órganos, sino también cómo se desarrollan las enfermedades. Hasta ahora, se han desarrollado organoides para una amplia variedad de órganos, incluidos el hígado, los riñones y, lo más controvertido, el cerebro, considerado como la fuente de nuestra conciencia.

Por lo tanto, dicen los investigadores, si los organoides cerebrales realmente imitan al cerebro, es posible que también sean capaces de desarrollar una conciencia. Y eso lleva aparejadas todo tipo de implicaciones morales.

«La conciencia -asegura Sawai- es una propiedad muy difícil de definir. No tenemos muy buenas técnicas experimentales que confirmen la conciencia. Pero incluso si no podemos probarla, deberíamos establecer pautas, porque los avances científicos así lo exigen».

La cuestión es que los organoides cerebrales han dado lugar a profundas preguntas y debates sobre la naturaleza de la conciencia. Algunos, por ejemplo, imaginan un futuro en el que nuestros cerebros se ‘cargan’ y se mantienen en la nube mucho después de que nuestros cuerpos hayan muerto, lo que daría a los organoides la oportunidad de poner a prueba conceptos como la propia conciencia o la moralidad en entornos artificiales.

La conciencia del dolor

Los especialistas en ética han dividido la conciencia en muchos tipos. Uno de ellos, por ejemplo, nos hace ser conscientes del dolor, el placer y la angustia. Sawai y sus colegas argumentan que aunque se necesitarían restricciones en los experimentos que utilizan organoides cerebrales, no prohibirían por completo estos experimentos, ya que los animales comúnmente utilizados por la ciencia, como roedores y monos, también muestran una conciencia que les hace sufrir o disfrutar.

El mayor de los problemas

Pero, según Sawai, existe algo mucho más urgente. «Uno de los mayores problemas -dice- son los trasplantes. ¿Deberíamos poner organoides cerebrales en animales para observar cómo se comporta después el cerebro?».

La investigación con células madre brinda ahora la posibilidad de desarrollar xeno-órganos, u órganos externos. Por ejemplo, los científicos han cosechado grandes éxitos a la hora de hacer crecer páncreas de ratón en ratas y viceversa, y se espera que una investigación similar conduzca a que el páncreas humano se desarrolle en cerdos. En principio, de este modo estos animales se convertirían en ‘granjas de órganos’ que pueden recolectarse, y eludir así los largos tiempos de espera asociados a la donación de órganos.

Pero el cerebro es otra cosa muy distinta. El crecimiento de cerebros humanos completos dentro de animales es algo que hoy en día no se considera seriamente, pero sí el trasplante de organoides cerebrales, que podría brindar información vital sobre cómo se forman enfermedades como la demencia o la esquizofrenia, y los tratamientos para curarlas.

«Se trata de algo que aún es demasiado futurista -dice Sawai-, pero eso no significa que debamos esperar para decidir sobre las pautas éticas. La preocupación no es tanto una humanización biológica del animal, que puede ocurrir con cualquier organoide, sino una humanización moral, que es exclusiva de nuestro cerebro».

Habilidades mejoradas

Otras preocupaciones presentes en el artículo se refieren, entre otras, a las ‘habilidades mejoradas’. Algo así como lo que sucedió en la película ‘El planeta de los simios’. Si los animales llegan a desarrollar rasgos humanizados, entonces tratarlos como simples animales sería algo que violaría la dignidad humana, un principio básico de la ética.

El documento señala que algunos no consideran que estos resultados sean poco éticos. Las habilidades mejoradas sin un verdadero cambio en la autoconciencia son el equivalente a usar un animal superior en experimentos, algo así como pasar de un ratón a un mono. Y un cambio en cuanto a dignidad no significa necesariamente un cambio hacia la dignidad humana, sino más bien hacia un ‘nuevo tipo’ de dignidad.

Con todo, la mayor de las preocupaciones respecto al trasplante de organoides cerebrales no involucra a los animales. De hecho, hay buenas razones para creer que, en vista de lo rápido que avanza la investigación, el futuro traerá la posibilidad de trasplantar estas estructuras (los organoides cerebrales) a pacientes que sufrieron un traumatismo repentino, un derrame cerebral u otra lesión cerebral grave.

Ya existen varios ensayos clínicos que incluyen el trasplante de células cerebrales como terapia celular en pacientes con tales lesiones o enfermedades neurodegenerativas. Sawai cree que la ética que subyace a estas terapias podría, también, actuar como un paradigma para el futuro uso de organoides cerebrales.

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